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Con mis, nuestras visitas a los restaurantes chinos o asiáticos, y no solo a los de nuestra ciudad, descubrí el enorme respeto que la gente, sus paisanos le tenían al maestro, era reconocido como un Shifú,  padre adoptivo, maestro profesor… un alto grado de atención y respeto, hablar de él y recibir un mejor trato era todo uno, me propuse saber más de su circunstancias pero no lo conseguiría hasta pasados muchos años. Otra cosa que los chinos tienen, aparte de la educación y el respeto, es la solidaridad, o la protección de la intimad propia y de los demás, casi nunca oirás hablar mal de nadie de su círculo, ni mal, ni de más. Y como tampoco era mi deseo forzar el interés, que pudiera llegar a sus oídos y molestarlo, esperé pacientemente y casi olvidándome del por qué llegó y de dónde llegó a mi ciudad. El tiempo acabaría de darme la información, el tiempo él mismo.

Y yo sigo recordando el camino que me trajo hasta aquí.

 

Llegué con el tiempo y mucho esfuerzo a controlar más o menos el taichí, con más tiempo incluso a “doctorarme” con los distintos niveles. Pero en esa época fui consolidando mi aprendizaje, mi relación con el maestro, con mi novia y con mi propio cuerpo. De todas ellas la de mis músculos y el maestro fueron las que más y mejor avanzaron a pesar de que ahora diga que lo siguiente que hice de verdad reseñable, fue casarme.

 

Y la verdad es que no fue para tanto, más bien como una consecuencia de la relación, total, no tampoco cambiaría mucho o nada. Ella propuso comprar el piso, formalizar la relación (que feo queda dicho así) elaborar un contrato matrimonial, es verdad, lo hicimos entre los dos y debo de reconocer que lo hicimos bien, y en aquel momento no nos dio ventaja a ninguno de los dos, ambos aportamos lo que pudimos, ambos firmamos lo fuerte del matrimonio (la hipoteca) y ambos nos comprometimos a pagarla.

El resto lo hizo el juez, pero lo dicho, puro formalismo, así lo recuerdo y sé que así fue, un poco previsible y casi obligado en una relación seria y estable como la nuestra.

Seguía pasando el tiempo sin nada que reseñar, que triste, porque cuando hablo de tiempo no refiero a unos días, más bien años…

 

Mejoró mi rodilla, mejoró todo mi cuerpo, comencé a nadar habitualmente, a sentir lo poco que pesaba en el agua y lo tranquilizante que era. No he vuelto a correr de manera seria, apenas media hora y siempre sobre superficies más o menos blandas, nada de asfalto, ni de pista, así que el popular pádel por ejemplo quedó prohibido para mí, tampoco me gustaba, normal, a ella le encantaba, así que yo quedaba excluido de las partidas selectas de abogados y demás.

Otra cosa era caminar, eso sí, desde el primer día de Taichí, el andar se formalizo, y seguí dándole prioridad. Acabé disfrutando de la naturaleza y de la montaña, senderismo y alguna que otra vía “ferrata” que son rutas con clavos o agarres permanentes, cercanos y seguros para alcanzar cimas de roca más o menos asequibles y poco peligrosas. Me hubiera encantado escalar, sentir la euforia de la conquista, si la sentía cuando ascendía andando, ni podía imaginar lo que sería tras horas de agarre a la roca, pero el apoyo me preocupaba, y siempre me quedé en mirar a los escaladores trepando metro a metro.

 

La bicicleta fue otro gran descubrimiento, no voy a hablar del descubrimiento real, aunque como todo en mi vida al ser un reto, traté de saber cuánto más posible, para que al igual que con los músculos supiera lo que hacía o al menos tuviera un conocimiento lo más extenso posible.  Naturalmente yo sabía ir en bici, desde pequeño, y es verdad eso de que nunca se olvida, pero desde luego que había que mejorarlo y aplicarlo convenientemente a mi situación y sobre todo que mejorara, nunca que empeorara, tenía que servir como terapia, aunque al final fue un completo.

 

Un inventor Alemán, el barón Karl Drais, creó alrededor 1785 un rudimentario aparato padre de la bicicleta, básicamente consistía en una plataforma elevada sobre dos ruedas que se impulsaba con los pies.

Lo que podríamos llamar bicicleta como más o menos la conocemos ahora se debe a un escocés, Kirkpatrik Macmillan aunque no registró el invento y fue un gran desconocido mucho tiempo, pero a él se le deben los pedales y el cuadro de diamante, que todavía hoy sigue estando vigente. De modelos añadiré, ya que viene al caso, que el más usado es un modelo chino (como no) Fliying Pigeon, del que se dice que actualmente hay 500.000.000 en uso repartidos por todo el globo. La bicicleta ha sido sin duda uno de los grandes avances, durante décadas fue el transporte por excelencia de la clase humilde, en según qué países lo sigue siendo, y en algunos no tan humildes es medio habitual por cultura. Su adaptación al mundo del fitness ha sido espectacular, en cuanto al deporte profesional, el Giro (vuelta a Italia) el Tour (vuelta a Francia) y sobre todo los triunfos españoles le dieron la popularidad en nuestro país que sin duda merece. Nuestra Vuelta Ciclista no se queda atrás y está entre las tres grandes. El ciclismo es uno de los deporte amateurs más practicados. Y lo que te rondaré, ya que vamos hacia ciudades con carriles bici, zona peatonales, coches eléctricos, y bicicletas eléctricas. El protagonismo de la “bici” no ha terminado.

Para mí el paso a la bici fue sencillo, las coronas, las cadenas, los piñones y demás componentes me eran muy conocidos. En seguida me percaté del sistema de fuerza con el intercambio de piñones y coronas, el cambio de marchas no supuso esfuerzo, lo entendía perfectamente. Y no sufrí con la adaptación de la rodilla, entendí desde el principio que un golpe de pedal fuerte con la pierna contraria amortiguaba la fuerza de la dañada, para mí ir en bici se convirtió en algo natural y relajante, otro medio de escape más para la mente y de refuerzo para el tren inferior y el resto del cuerpo.

 

No me daba cuenta, pero la verdad es que estaba huyendo de mi realidad todo el tiempo, mi mente se mantenía ocupada en diversos temas y actividades, sin darse cuenta de lo que tenía encima. Fueron años de estar dormido en la parte afectiva, de aceptar como natural el desapego que nos teníamos en nuestro matrimonio/convivencia. De acomodarnos, acomodarme sin querer mirar ni averiguar, y así paso, que la realidad, la verdad, el tiempo,  me atropelló.

Acababa de morir mi madre, tenía yo por aquel entonces 37 años, el tiempo había pasado deprisa, sin enterarme o sin querer enterarme. Era un empleado modelo en mi puesto de trabajo, mi rodilla estaba totalmente controlada,  tanto que el maestro quería que me apuntara a un gimnasio escuela de taichí. Mis salidas al monte, la bicicleta, la natación, la rutina, tenían continuidad en todos los frentes. Los veranos de viajes por España y Europa, las navidades en familia, las noches de guardia de ella en el juzgado, los fines de semana de soledad…Los pequeños encuentros con mi mujer en la cama, las ausencias de ella por trabajo y por política, que se lo propusieron y aceptó (abogada joven y brillante). Todo un mundo de comodidad, de tranquilidad y de consentimiento cayó, sencillamente, con unas palabras feas y manidas. Tenemos que hablar muy en serio del futuro, de “nuestro” futuro, pronunciadas por ella un sábado por la tarde.

 

Y ya nada volvió a ser lo mismo. No puse pegas, es imposible empeñarse contra quién lo tiene todo organizado, orquestado y sobre todo, tan claro. Naturalmente fue civilizado, aséptico, pactado y controlado perfectamente, hasta los tiempos estaban perfectamente organizados, por ella naturalmente, yo me dejé llevar. Era un hombre corriente, normal, superado por la velocidad y la claridad de los hechos. Solo me paré a pensar a la hora de firmar el convenio, me aconsejaron hacerlo bien (ella la primera) y sí, recuperé la calma y mi control espiritual y mental para la ocasión. Que malo es el dinero y las posesiones. No costó tampoco tanto, estaba claro, pero aun así, ella y yo lo debatimos.

Por primera vez pude verla defender lo suyo con rigor profesional (nunca había ido a su mundo) y ella a mí mantenerme firme en la idea (se sorprendió, tampoco conocía esa faceta mía), tristemente pusimos más pasión en el debate por la posesión que en cualquier otra cosa o gesto entre nosotros.

 

Nunca le pregunté si había habido otros, estoy seguro de que sí, más que nada por lo rápido que organizó su nueva situación y su siguiente pareja. Ya no era mi problema, pero creo que fui engañado, culpable seguro, pero engañado.

 

El caso es que lo importante lo debatimos con fuerza y respeto. Al final se quedó la casa, a cambio de pagar la hipoteca, hicimos un documento comprometiendo el pago por su parte y eximiéndome a mí de la responsabilidad hipotecaría, de toda responsabilidad presente y futura.

Sabía que de cara a los bancos y más sin subrogar la hipoteca actual, ella decía que no estaba en condiciones y que por favor la mantuviéramos, como digo sabía que podía tener poca validez, así que comprometí en el acuerdo a sus padres y por supuesto su aval. Eso costó, era una derrota para ella, tenía que implicarlos en todo, pero no había otra, tampoco ella podía en aquellos momentos pagar lo que entre ambos habíamos ya cumplido del préstamo, parte sobre la cual también incluimos su valor en el contrato de cesión, una que vez nos pusimos de acuerdo en la mitad más o menos exacta que cada uno había pagado.

En el momento de la separación, el ático tenía una valoración tasada, de la cual estaba pagada y al corriente una parte. La parte que quedaba de la vivienda, se comprometía a pagar la hipoteca hasta que venciera o pudiera cancelarla, pagando, así mismo, a la otra parte la mitad de lo pagado hasta la fecha de la separación de ambas partes. Para dar garantía y aval de cumplimento, firmaban las partes interesadas y los avalistas garantes de la parte que se quedaba de la vivienda en discordia. Con las cuantías detalladas, los nombres de todos, documento privado ante notario y adjuntado a la demanda de divorcio de común acuerdo. Aún puedo recordarlo casi todo de memoría.

Lo menor no tuvo demasiados problemas, la cuenta la liquidamos a iguales, el coche se lo quedó ella, era prácticamente suyo, yo usaba el de la empresa y la bici. El coche tenía sus años y aunque alguna reparación la habíamos pagado en conjunto, tampoco era para ponerse cabezón, como tampoco por el mobiliario, o la decoración, estaba dentro del contenido y los recuerdos que yo compré me los llevé, no teníamos gustos exquisitos ni habíamos comprados antigüedades de valor ni nada parecido. Liquidamos como adultos sin problemas una vez que la vivienda se resolvió.

 

La seguí durante un tiempo en política, pero no llego muy allá, concejalía sí, pero el siguiente peldaño se lo arrebató su compañero de política y sentimental, del cual también acabo separándose e intentado por si misma medrar, pero no termino de salir de la ciudad por lo que las alas políticas quedaron reducidas. Otra cosa fue la abogacía, allí sí consiguió un buen despacho, y unos socios en contabilidad y gestión laboral que funcionaban bien como asesoría conjunta.

 

Por mi parte regresé a casa de mi madre, era mía, y la saqué sin ningún problema del convenio, de hecho mi madre la había puesto a mi nombre desde hacía algún tiempo, y yo no formalicé la herencia hasta un tiempo después de la separación, ya firmado todo, por lo tanto quedó fuera de la sentencia de divorcio. Durante unos meses sólo pensé en dejar la casa a mi gusto, en hacerla mejor, más agradable y habitable. Mi madre se conformaba con poco, y yo también, pero había dependencias que no habían sido tocadas en años. La cocina, sobre todo, necesitaba una reparación profunda, el baño se lo había adecuado a sus necesidades, y la distribución era totalmente inadecuada ya que mantenía las dependencias pequeñas y el pasillo estrecho y largo correspondiente a la época de la construcción.

Me plantee una reforma total, una amplía cocina, un baño enorme, un piso en general abierto tipo lof, bien iluminado, aislado y confortable. Casi todo lo realicé yo, desescombro y construcción, agua, calefacción, instalaciones y demás, con ayuda de los compañeros y materiales de la ferretería. Tenía contactos que me asesoraron, que supervisaron y que firmaron los documentos y boletines necesarios. La verdad, quedó muy bien, y el tiempo empleado sirvió para centrarme y comenzar una nueva etapa. Y para que de verdad fuera nueva, debía de cambiarlo todo, mi estatus social, mi vivienda y el aspecto laboral.

De nuevo la vida giraba para mí, era el momento, surgió la oportunidad en ese momento preciso. Ya he dicho que diversos caminos nos llevan a donde tenemos que ir, estoy convencido de ello, y aquí tengo una muestra más que reafirma mi teoría, y no tan teoría, en mi caso una realidad que fue encaminado mis pasos, los de un hombre corriente…

 

Así entré en otra faceta de mi vida, estaba preparado para ello, aunque yo no fuera consciente del todo. Desde siempre en mi ciudad había una cerrajería, yo conocía al dueño casi desde el primer día que me hice cargo de la sección de las llaves. Era un hombre ya mayor por aquel entonces, ahora ya rondaba la edad de la jubilación, no era de aquí, pero aquí se había casado y aquí seguía a pesar de ser viudo desde hacía mucho tiempo, y sin hijos.

Habíamos compartido dudas, sobre todo mías en el inicio, y él había buscado mi ayuda a la hora de montar y desmontar puertas y sistemas de anclaje, pasadores, e incluso pedir llaves especiales, también solíamos coincidir en cursos, o en el juzgado asesorando en robos sin fuerza, peritajes judiciales o de compañías de seguros.

 

Me invito a café una mañana temprano que pasó por la ferretería, quedamos a mediodía antes de entrar por la tarde, y me ofreció su negocio. Las cosas nunca pasan por casualidad, llegan en el momento adecuado, yo necesitaba darle un cambio a mi vida, y él empezar a pensar en la jubilación. Lo tenía todo pensado. No necesitaba desembolsar dinero, pero sí contratarle los siguientes cinco años con una cotización alta, era autónomo y aunque había ido ahorrando, e incluso tenía un plan de pensiones, quería tener una jubilación digna.

Cinco años con la cotización más alta que se pudiera, contratado con un contrato laboral acorde a dicha cotización, sin obligación de cumplir trabajo ni horario, aunque comprometido con ayudarme. A cambio, local, pequeño pero en propiedad y con un garaje en la comunidad (lo compró en construcción), furgoneta más o menos decente, herramientas suficientes y cartera de clientes. No parecía mala oferta, y yo tenía ya un nombre entre los clientes, compañías de seguros incluidas.

Le pedí pensármelo, quería negociar también con mis jefes, sabía que perdería algunos derechos por despedido voluntario (ya había habido otros caso en la empresa y algo sabía) pero al menos, intentar no perder el paro con su antigüedad. Mis jefes accedieron a un acuerdo en el que yo perdía mi derecho a indemnización, pero mantenía el paro, aunque tampoco el paro me lo remuneraban, perdía la prestación por desempleo, pero no el derecho de antigüedad.

 

Estaba decidido, sería mi propio jefe, un autónomo más de aquella época donde los trabajadores por cuenta propia, que queda mejor, proliferaron sin medida. Se decidió con una asesoría que lo mejor era hacer una sociedad limitada unipersonal, aún quedaba más bonita la cosa, y sobre todo más práctica, ya que me dotaba de la posibilidad de poder contratar con alguna ventaja, recordamos que estábamos hablando de una persona mayor, cercana a la jubilación y algún derecho de descuento me asistiría siempre que mantuviera el contrato hasta el final. Había bastante más paja, pero esto es lo principal. Otra vez firme un contrato privado con las condiciones acordadas de sueldo, exención de responsabilidades laborales y horarias, que afortunadamente no cumplió. Salvo a última hora cuándo sus condiciones de vida cambiaron, estuvo siempre ayudando, bastante involucrado, dispuesto, e incluso  agradecido.

 

Elaboramos una lista de clientes, no incluí los que yo conocía de la ferretería, ya he dicho que aunque alguna vez haya engañado, nunca fui un traidor o desleal, y como íbamos a hacer publicidad por el cambio, quién llegara ya vería quien estaba al cargo. En la empresa se habían portado bien conmigo durante muchos años, y no pretendía aprovecharme o crear mala relación, más bien al contrario, tenía intención, y así se lo había dicho a los jefes al darme de alta como cliente, de poder seguir contando con los servicios en maquinaría y piezas que yo también conocía.

 

Comunidades de vecinos, empresas de todo tipo, e incluso al juzgado mandamos carta de presentación. Empezaba mi nueva etapa con muchas ganas, aunque el horario a veces era un auténtico desastre, había llamadas a cualquier hora del día o de la noche (servicio 24 horas).

 

La gente es más olvidadiza, despistada o complicada de lo que nos podamos pensar (daría para un libro entero de anécdotas y situaciones) pero con todo, el trabajo me resultó gratificante en todos los sentidos. Mi tiempo lo podía seguir manejando más o menos a mi antojo. Mi cuenta corriente nunca fue generosa en esos primeros años, en los que la seguridad social, las nóminas y demás impuestos agobiaron, pero siempre pude/pudimos cobrar con más o menos puntualidad y vivir con dignidad. No tenía cargas, la casa de mi madre estaba pagada y el negocio con local y garaje estaba dentro del acuerdo.

Me fui haciendo un sitio, una clientela, un nombre, fui creciendo como industrial formal y serio. Volvieron a pasar los años sin nada que destacar… bueno fui haciendo los exámenes de los distintos niveles del taichí hasta alcanzar el nivel marrón de coach, y allí me quedé, tampoco necesitaba más. El maestro y yo seguíamos nuestra relación, cada vez más complicada en lo deportivo por lo avanzado de su edad, pero en lo personal seguíamos tan divertidos en la conversación como siempre. Un par de veces a la semana se acercaba al gimnasio que él seguía controlando, aunque fuera en la distancia o como tutor más bien y practicábamos la meditación, ahora sí casi como único ejercicio, los estiramientos eran lentos y pasivos, con más atención al control de la mente que a potenciar el musculo, él decía que ahora ya no necesitaba potencia y si mucha resistencia y relajación mental.

El parque y esa hora mágica se fue extinguiendo poco a poco, yo intenté mantenerlo un tiempo, pero la gente sin el maestro se hizo reacia a acudir, y yo algunas mañanas tampoco podía, las ausencias acabaron de terminar con esas citas que tan importantes fueron para mí. Es un lugar al que siempre acudí cuando de verdad necesité pensar, recordar o simplemente sonreír. Sabina cantaba que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver, no discutiré con él, pero a mi ese espacio siempre me trató bien, y por más veces que volviera siempre estaba dispuesto a brindarme un recuerdo alegre y una fuerza especial. Esa que dice que puedes con todo por duro que parezca, que una vez allí te levantaste de nuevo y conseguiste volver a caminar hasta con cierta gracia, equilibrio y destreza.

No sé si es destacable, pero la parte femenina comenzó a tener presencia, no fue determinante en aquel principio, no tanto como lo sería más tarde, pero la verdad es que sí tuvo su punto de importancia y sí ayudó a mi crecimiento personal como hombre. Por ello la incluiré en mi recuerdo, más en general que en detalle, que sigo siendo un caballero. Pero sí, merece su capítulo, situándolo en aquellos primeros años de “empresario” autónomo.

 

Ya he comentado hasta donde llegaban mis relaciones (nada), mi primer amor fue mi primer matrimonio, mi primera ruptura, mi primer y único corazón partido. Era joven, y por lo que fui descubriendo atractivo, interesante, de buen ver  que me llegaron a decir, y de mejor catar... Tenía que encontrar también una solución a mis relaciones, no era cosa de estancarse y de renunciar al placer de la compañía de otro sexo, y por supuesto al sexo. No era hombre de noche, por aquél camino iba mal, llevaba las de perder, en mi ciudad también era conocido, era popular mi separación, y el circulo de posibles relaciones más o menos formales se acotaba bastante, y encima eran cercanas, habituales en mi día a día, del trabajo o de distintas actividades sociales.

 

Ya he dicho que la ciudad no era tan grande como para pasar desapercibido y en este tipo de ciudades aún menos, el cuchicheo y el hablar del otro, ya fuera bien o mal era plato habitual y yo lo sabía, a fin de cuentas entraba a bastantes casas, trataba con mucha gente, y se me confiaban problemas y penas. Había aprendido a escuchar, a empatizar y a tratar de sacar provecho de ello. Yo era el ex de la concejala de mi ciudad, y eso tardaría mucho en olvidarse, o quizás nunca lo hiciera, aunque a mí con el tiempo me importó bien poco, pero no en aquél tiempo.

La solución, como a casi todos los problemas de la era moderna estaba en internet. Muchas páginas de contactos y para todas las necesidades. Aprendí términos como “singles”, yo era uno de ellos, solteros, separados, viudos, gente sin relación y con ganas de tenerla. Sin necesidad de que fuera formal o seria, ni siquiera afectiva, amorosa o sexual, solo para salir, organizar y participar en eventos, cenas, bailes, y demás como un estatus social nuevo. Me apunté, no en mi ciudad, en la capital cercana, más grande, no diré que cosmopolita porque no lo es, pero sí con más oportunidades y desde luego, para mí, más cómoda por ser desconocido. Todo tiene sus desventajas, tampoco yo no conocía a nadie, ni los lugares, ni las zonas o ambientes, pero estaba decidido y con tiempo, paciencia y san Google acabe “dominando” la ciudad, sus gentes y sus espacios. Cercana, no llegaba a 80 kms de distancia y con una autovía en buen estado, apenas cuarenta minutos de conducción agradable.

Pero tampoco me acabó de convencer lo de los grupos de Singles, participé, pero seguían siendo mucha gente para mí, yo me sentía aparte, más lobo solitario, observaba, escuchaba, aportaba pero un poco desde la distancia como si no quisiera comprometerme, o no abrir mi caparazón. Me decanté más por otras páginas, citas sin compromiso, “follamigos”, relaciones esporádicas y un buen y variado punto COM a la carta. A veces, descubría a la misma gente que en los grupos de singles, pero en general quién acude a éste otro tipo de sitios es más aventurera, más decidida y tiene las cosas más claras.

 

Por supuesto que existen páginas de relaciones serias y hasta para quién busca matrimonio, incluso en un mismo sitio se pueden encontrar todas las opciones. Yo me decanté por una opción que no comprometía en exceso, pero que permitía tener muchas posibilidades, “quiere salir pero nada serio” rellené el perfil con palabras principales, respeto, educación, deporte, salud, naturaleza y madurez… o algo por el estilo. Un par de fotos de las que se ve bien la cara, por un lado los ojos principalmente y el cuerpo por otro, atlético, podía presumir de ello, y por qué no utilizarlo de enganche, y enganchó.

No voy a presumir, pero la verdad es que conseguí diversas citas y relaciones más o menos satisfactorias, y una especialmente duradera, y que se truncó por querer, ella, ir más allá.

De nuevo pequé en la misma tentación, abogada, rubia, resultona… el hombre es el único animal que tropieza varias veces en la misma rubia, o parecida, y que me perdonen las rubias… aunque yo esta vez había tomado medidas y no estaba dispuesto a dejarme arrastrar.

 

Tenía las cosas claras y quería disfrutar, y que ella también lo hiciera, pero sin más complicaciones, eso es difícil, cosa que también aprendí. Con el tiempo la gente, sobre todo el género femenino, y que me disculpen de nuevo, siempre apuestan por más compromiso, por proyectos e ilusiones en común, eso es algo que les encanta, visualizar un posible futuro en pareja. Ha cambiado mucho el pensamiento y sentir femenino, pero eso, la mayoría lo siguen llevando de serie, y de nuevo perdón por el razonamiento, pero no analizo sobre un caso aislado, y naturalmente es mi opinión.

El caso es que la “relación” tuvo continuidad, y quizás fuera culpa mía que debería de haberla cortado antes, intuir que la cosa podía progresar más allá de lo que yo pensaba, y aunque parecía que lo teníamos claro, pasados unos meses, todo fue a mayores, menos mi intención. Debería, como digo, haberlo previsto, pero me resultaba cómodo, tenía jaleo en el negocio y cuando quedábamos era para mí cómo una isla. Quedábamos en su casa cuando su hijo (seis años) estaba con su padre (fin de semana sí, fin de semana no) todo preparado y sin obligaciones. Sé que suena egoísta, pero también resultaba cómodo para ella. Si le apetecía salíamos, si no en casa, si se podía, viaje de fin de semana e incluso una Semana Santa de por medio juntos. Y de viaje cuatro días.

 

Creo que generé ilusión y esperanza, bueno, no lo creo, ella me lo aseguró y me lo echó en cara. Aprendí a no volver a hacerlo, aprender es mucho decir, pero sí que intenté no permitir que nadie dependiera de mí en lo de las ilusiones y las esperanzas. Crear falsas expectativas, aunque no seas el único culpable es malo, y sobre todo en el terreno sentimental.

Mi relación con las rubias estaba demostrado que no eran buenas. Se enfadó mucho, amenazó con no volver a dirigirme la palabra nunca jamás, y cumplió. Y yo también en lo de las rubias, hasta el momento al menos.

 

Si estuviera escribiendo un libro, quizás el lector ya habría cerrado y abandonado la lectura por simple o poco interesante, pero si hubiera llegado hasta aquí, me permitiría recomendarle que siguiera. Que ahora vine lo bueno, la aventura de verdad, lo que me trajo hasta este tren de vuelta. Las consecuencias de lo que soy y como llegué a convertirme en ello.

 

Un momento más para colocar el momento preciso…

 

Habían pasado seis años desde que “comprara” el negocio, mi “asalariado” había cumplido y yo con él, si bien es cierto que el último año había sido un poco especial. De viernes a martes, ambos incluidos marchaba a la costa, había encontrado una pareja de su gusto, en prejubilación también y aprovechaba todo lo que podía. Rompimos el contrato privado cuando le di de baja y organizamos y formalizamos nuestra relación laboral, después, los tres, ella (su pareja) incluida nos fuimos a comer, un abrazo sincero y la promesa de mantener el contacto. Estaba sólo.

 

Es difícil ver las cosas en retrospectiva, colocarse en el pensamiento o las sensaciones de aquella época, pero serían más o menos las de pensar que mi vida no era gran cosa, que estaba perdiendo el tiempo, que no sabía lo que quería y que me veía haciéndome mayor sin una compañía femenina a mi lado (seguía en las redes sociales pero con la misma idea de no compromiso y quizás hasta más firme).

 

Con un negocio estable, pero sin nadie para darle continuidad y con escasas emociones o aventuras en mi vida plana del todo, salvo por las escapadas de fin de semana que algunas veces necesitaban de todo mi esfuerzo, hasta eso se me hacía cuesta arriba. Imagino que era el sentimiento de soledad el que me hacía pensar y sentirme así, pero me miraba en el espejo del antiguo propietario, toda una vida de dedicación y al final había alcanzado la felicidad, pero al final, y con suerte hasta se había asegurado una pensión, pero ¿tendría yo esa suerte o habilidad? Pensarlo me predisponía a intentar mil cosas, que solo se quedaban en eso, en intentos. Vender el negocio, cambiar de ciudad, volver a estudiar automoción, ya no estaba esa opción, pero había cursos de mecánica, aunque orientados a los parados, encontrar una pareja estable y volcarme en ella, tener hijos, hacerme entrenador de fútbol (tres años) aceptar ser profesor/monitor de Taichí, coger un trabajador para que me permitiera tener muchos días libres… en fin, creo que pasé unos meses despistado mentalmente con ensoñaciones que no iban a ningún sitio ya que la realidad del día a día me atropellaba (afortunadamente) Sueños de pan tierno, que diría mi madre, que por la mañana se convertían en “curruscos”  duros.

Conviene recordar donde estaba emocionalmente para poder comprender los siguientes pasos. Un poco abatido, pesimista y quizás un punto desilusionado por cómo se desarrollaban los acontecimientos y mi vida en general.

 

No debería de haber sido así, debería que haber aplicado la metodología del buen hacer que tan bien me sabía, esperar que las cosas se colocaran en su sitio con el tiempo, pero… consejos vendo que para mí no tengo…

 

Esa es la única etapa de mi vida en la que no fui capaz de pensar con claridad, de recurrir a la ciencia de la meditación, a la profundidad del Taichí, a la consulta del maestro, al que por otra parte no quería implicar por no preocupar, tonto de mí. Resultaría comprometido y sobre todo preocupado. No me volvería a pasar más. Lógicamente no veo el futuro como entonces no lo veía. Y por eso me precipité con sed hacía la fuente que se me ofrecía, que no era mala el agua ni mucho menos, pero no la única fuente que podría haber elegido para calmar mi ansía, y desde luego no la más recomendable, ni oportuna, pero así somos en general el género humano, despreciamos lo fácil, lo sencillo o lo más adecuado, para buscar lo complicado, lo difícil, lo menos recomendable, convencidos de que podemos con todo, que somos los mejores, o qué, otra oportunidad no tendremos, y que seguro que sabremos salir de cualquier lío.

 

Prepotencia y soberbia que suelen salir mal casi siempre, y las excepciones que no, son porque al final la mente lúcida reconduce o porque se tiene suerte, y yo creo que en mi caso, ambas cosas.

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