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Por aquellas fechas lo nuestro iba en serio, aparte del trabajo de la caja, remodelamos el despacho, con mi ayuda incondicional y desinteresada, y comenzamos una especie de protocolo de salidas, siempre en función de sus horarios, clientes y sobre todo las guardias del turno de oficio, pero más o menos estable, para los fines de semana sobre todo, y algún día libre entre semana.

Desde el principio quedó claro que su trabajo era lo más importante, la apuesta de ella era muy firme, requería todo su tiempo y esfuerzo y se anteponía a todo. Mi horario era fijo y mi trabajo más monótono y llevadero. Ella siempre argumentó que era más manual, que podría ser más cansado pero que la parte cerebral siempre desgastaba más y que necesitaba de una energía extra, y que además la competencia en su oficio era más salvaje. Nunca discutí, a mí lo de defender lo imposible no me iba, lo mío era enfrentarme a los problemas con sentido común y paciencia, no tenía que buscar complicadas normativas, leyes, supuestos, sentencias, fechas y protocolos… por decir algo.

 

Nunca fui tonto, y sigo sin serlo, pero la letra pequeña me resbalaba, y con perdón de los abogados, cambiar la verdad por una mentira menor “negar la mayor” que defendía ella, tampoco era mi costumbre, con el tiempo acabé engañando e incluso mintiendo, y sí, fue por una causa mayor o mejor, no sabría decirlo.

 

Aunque ahora no lo parezca, ni yo a aquellas alturas lo aparentara, ni tan siquiera soñara con lo que acabaría ocurriendo. Las circunstancias vinieron así, como si todo el universo hubiera conspirado para que yo llegara a ese destino concreto, me había ido preparando sin saberlo. Y ahora repasando, la verdad, estoy orgulloso de haber cumplido con ese destino.

La normalidad se instauró en mi vida, yo que de por sí era y soy una persona tranquila, pasé aquellos seis años sin darme ni cuenta. Conocer a su familia, ella a la mía, mejor dicho a mi madre, del resto supo o quiso saber más bien poco, aunque la verdad estaban en el pueblo, y tampoco ellos hicieron mucho, fue muto, con mi madre tampoco hubo mucho entendimiento, yo vivía con ella, y ella con sus padres.

 

Hija única. La semana pasaba tranquila, yo en mi casa y en el trabajo, ella en la suya y en los juzgados. Llegaba yo al despacho, si tenía tiempo y si no, nos organizábamos como ella proponía, creo que en todos los años que estuvimos juntos jamás discutimos, conmigo era difícil hacerlo, y ella tampoco le puso nunca tanta pasión, el amor se apagó sencillamente, porque seguramente no hubo mucha llama, a mí me gustaba desde el colegio, me deslumbró después, para acomodarme más tarde, desilusionarme y conformarme al final.

 

Nunca quiso hijos, y yo tampoco forcé.

 

Pero la verdad es que sí hacíamos buena pareja. Moreno espigado y atlético, rubia bien puesta y vistosa, cabal, educado y atento, dicharachera y protagonista. A todo el mundo le pareció lo más normal nuestra boda. Por el juzgado, por supuesto, antes unos años atrás habíamos empezado a pagar un pequeño, pero bonito mono, ático, (cocina comedor, dos habitaciones, un baño y la correspondiente terraza), en un zona de nueva apertura, residencial toda, que por aquél entonces estaba casi vacía y en las afueras pero que prometía mucho, y se cumplieron las expectativas, las de la zona residencial, las de nuestro matrimonio no tanto.

 

En mi ciudad, aquella zona era sinónimo de prosperidad y buena posición, un poco de clase, decía ella, no venía mal. Los bancos nos concedieron crédito sin muchos problemas, estábamos en plena expansión, dos jóvenes trabajadores, hijos únicos los dos y con avales de las dos familias. Primero durante la obra dos años de pagos directos al contratista mes a mes, y luego la hipoteca restante ya con el banco al cien por cien.

 

Y la verdad, la vida de casados tampoco cambio tanto. Seguía comiendo casi todos los días con mi madre, ella tenía juicios y llegaba a las tres o tres y media, a esa hora yo ya estaba en la tienda, así que aprovechaba para ver a mi anciana (cada vez más) madre. Los fines de semana, si no había guardia, salíamos a cenar con amigos comunes (casi todos de su parte) y los domingos solíamos comer en su casa, yo ya lo hacía en la mía todos los días (ella también casi todos) pero como he dicho, no suelo discutir.

 

Con su familia bien, yo soy de fácil llevar, su madre adoraba mi tranquilidad y saber estar (me lo confirmó ella misma muchas veces) y su padre un comercial de telas con taller propio, me cogió cariño porque él era un amante del futbol y ese terreno yo lo dominaba. Aquellos años el equipo de mi ciudad estaba rondando la tercera y la segunda B (equipo ascensor) yo conocía muy bien el paño, a pesar de que nunca contaron conmigo, y eso que cuando en tercera coincidíamos, solía hacer muy buenos partidos contra ellos, pero fuera por lo que fuera, jamás se acercaron ni preguntaron por mí, que yo sepa al menos. En esos años volví al fútbol con mi suegro. Pero no era lo que me gustaba, el puro, la copa de coñac antes y después (eran de la vieja escuela) lo toleraba, e incluso disfrutaba del partido, pero poco más. Siempre fui un mal espectador de campo, demasiados recuerdos e impotencia, esa lesión amargó mi vida más de lo que nunca estuve dispuesto a reconocer. Con el tiempo me habitué a los canales de pago por visión y aunque nunca fui un forofo incondicional, en el sofá disfruté de mi deporte, pero el campo, la grada, la cercanía siempre fue frustrante y de mal recuerdo.

 

Vuelvo ahora al momento de la lesión y a los años previos. Entré en la ferretería con dieciocho tras dos años de clases en formación profesional que me dieron el equivalente al bachiller de aquella época, el tercer año, el de la titulación, no lo pude acabar, ni después me lo planteé siquiera. Fueron años muy buenos, de trabajo y aprendizaje constante, en lo laboral y de disfrutar mucho en lo deportivo, me gustaba entrenar, me gustaba jugar, me sentía valorado y reconocido, el presupuesto del equipo no daba para mucho, ni aún en los años de tercera división conseguíamos cobrar más allá de los desplazamientos (aquellos que disponían de coche) para mí no era problema, trabajaba y me ganaba bien el sueldo. El club nos mimaba mucho, eso sí, cena todos los viernes después de entrenar, en el bar del campo, haciendo piña. Como jugador ya he dicho que me apañaba muy bien, con casi un metro ochenta de estatura, saliendo hacia los dos lados, podía jugar incluso de defensa central. Siempre iba a entrenar, respetaba al entrenador, al equipo, al club y la afición me tenía mucho cariño, casi todos los años recibía algún premio, al comportamiento, a la progresión, al jugador ideal, valores que para mí significaban mucho.

 

Son esos sin duda mis mejores recuerdos, el fútbol por aquel entonces era lo principal, salía poco. Jugábamos casi siempre los domingos, si lo hacíamos en casa era después de comer, si había que desplazarse a media mañana ya no concentrábamos, eso suponía que los sábados por la noche no existían para mí.

 

No comentaré nada del amor, si en el fútbol y el deporte destaqué, el tema sentimental se me atragantó siempre, y aunque al final tuvo un peso importante en la toma de decisiones, nunca los gestioné bien del todo. Al punto de que creo que hasta ahora nunca he sentido todo eso que dicen que aporta el amor.

 

Siempre me sentí responsable de mis decisiones, ya fueran laborales, deportivas o sentimentales. Eso me llevaba a ser consecuente, a respetar lo acordado, a ser solidario y apoyar a la persona o la causa, esto pude parecer frío, y sin duda lo es, pero también es verdad que he visto a lo largo de los años parejas que presumían de muy enamoradas tirarse los tratos a la cabeza, hacerse la vida imposible, tener que vender hasta las cortinas para repartir la mitad exacta de cada pertenencia y no volver a dirigirse la palabra ni por carta. Quien se amó mucho también se odió mucho. Mis sentimientos siempre han sido hasta la fecha más razonables, quizás menos pasionales, pero sí más llevaderos, tanto en la alegría como en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza…

 

A diferencia del resto de compañeros en la ferretería, los lunes de aquellos años eran para mi muy felices. Los resultados en la prensa local, las quinielas que hacíamos en el taller, los goles, el partido realizado, las tarjetas amarillas, el arbitraje, los cruces entre pueblos o aficiones vecinas y rivales. Mi ciudad no es muy grande y aunque tiene algo de industria, la mayoría es agrícola y ganadera, sobre todo agrícola y de servicios, al ser capital las instituciones se encontraban allí, hospitales, gobierno provincial, diputación, hacienda, juzgados, institutos, universidad, formación profesional… por lo que teníamos un importante número de funcionarios establecidos, con hijos estudiando o trabajando. Casi todos de los pueblos colindantes.

 

Todos presumíamos de ser de la capital de la provincia de toda la vida, pero la mayoría teníamos orígenes en los pueblos de cerca y todos esos pueblos, sobre todo los más grandes, tenían su equipo de fútbol y su rivalidad regional irreconciliable con el vecino y con el equipo de la capital que todavía por aquel entonces no terminaba de despegar cómo posteriormente hizo. Y yo estaba en medio de todo aquel lío de pasiones y rivalidades, jugaba contra ellos, contra los rivales, por arriba o por abajo depende de los años y temporadas, y los lunes sobre todo, se repasaba, se hacían cuentas y se pagaban importes y apuestas, el taller, la venta, la oficina, todos venían, todos opinan, todos predecían, y yo, era feliz.

 

Estaba en mi mejor momento, lo notaba, quizás por eso fue tan traumático, salía en el once ideal de la jornada casi todos los lunes. El equipo estaba en mitad de la tabla, contaba con la confianza del entrenador, de la directiva, con el cariño de la afición, con el reconocimiento de los rivales, quizás era el momento de que alguien se fijará en mí, que pensará que podía dar más en algún equipo de más importancia, tenían veintiún años y sólo pensaba en fútbol.

La vida es caprichosa, y yo creo que la felicidad y yo tenemos un problema muy serio de comunicación y entendimiento, o quizás no era mi tiempo, o es que nunca llega, y siempre hay que perseguirla, la zanahoria del burro para que nunca dejes de moverte, de pelear, pero que puñetera vida, sobre todo cuando llegan esos momentos difíciles, esos en los que no entiendes por qué a ti.

Ya he recordado la lesión y sus consecuencias, todo un año parado y mi cambio de funciones, del taller a la tienda y a las llaves. Y a la recuperación, momento más o menos en el que apareció ella, pero también otro paso decisivo en mi vida, el taichí y todo su mundo y sus gentes, incluidos los chinas y chinas.

Terminada la recuperación pasiva, la que tenía asignada por el médico y el seguro con fisioterapeuta. Mi mundo se quedaba huérfano de actividad deportiva, la bicicleta no me la recomendaban todavía, correr tampoco, por supuesto ningún deporte de apoyo fuerte, la natación era aconsejable, o mejor dicho al comenzar hablábamos de piscina. Se me hacía muy cuesta arriba lo de nadar, nadaba pero sin técnica ni estilo, así que me cansaba mucho, hacer un cursillo se me hacía cuesta arriba, acabé haciéndolo, y disfrutando mucho de la natación, de la piscina, del silencio, de lo acogedor del agua, y de sus beneficios, pero ese inicio para alguien que como yo estaba acostumbrado a exteriores, se me hizo duro.

Y lo mismo me pasaba con el gimnasio que todo el mundo me recomendaba. Pesas para fortalecer y para empezar de nuevo a crear hábito de ejercicio, pero el “postureo” de las salas de maquina (que me disculpen) no era para mí. De entrada me veía torpe, casi minusválido, y esa manía de poner espejos por todos lados… yo odiaba mirarme en ellos, entendía que a los cuerpos cuasi perfectos les encante su reflejo, pero yo apoyaba fatal. No es que andara mal, es que yo me veía horrible, mi cara de dolor y resignación no era digna de ninguna espejo. No, con los gimnasios no podía, ni aún puedo, el sol, la lluvia, el frío los exteriores, es lo que había disfrutado toda la vida, eso sí era y es lo mío.

 

Entre la muchas cosas que miré, o me comentaron, el Taichí fue una de ellas, estábamos con todas en lo mismo, si no quería una rehabilitación personal exclusiva,  la única solución era unirse a los muchos grupos de actividad diversa, y más o menos regular que había en la ciudad bien fueran centros, gimnasios, pabellones e incluso el ayuntamiento convocaba actividades municipales deportivas para grupos por edades, para parados, por trimestres, cursillos, todo con convocatorias, grupos cerrados y llenos nada más abrirse el periodo de inscripción. Justo lo que menos me apetecía.

 

No recuerdo cómo ni quién fue exactamente, pero escuché que había un señor mayor, chino, que en el parque y por las mañanas practicaba una rama o versión del taichí, que no invitaba a nadie pero que se le unían algunas personas. No parecía muy profesional, pero era al aire y para empezar, probar y no tener agobios me pareció bien. Estaba más afectado de lo que creía, ahora con el tiempo, recordando, me doy cuenta de lo mal que lo pasé.

 

También voy siendo consciente de que

ella no fue un gran amor, pero seguramente sí el más grande de mi vida. Y aunque llegó en el peor momento, en realidad, fue el mejor, en el que más necesitaba de apoyo, de alguien que me aportara ilusión y ganas de mejorar. Ya he dicho que nunca he sido un ligón, que sí tuve antes de ella alguna “cosa” nada importante, y aunque no me afectaba, la verdad es que sí, le daba vueltas a la idea de que yo no me relacionaba como el resto, prefiriendo descansar para disfrutar del fútbol antes que seguir de fiesta (marcha) por los bares y garitos hasta la madrugada. Por lo tanto, reconozco ahora, que ese “estatus” que parecía conseguir teniendo novia, me hacía sentir bien, como reconocido dentro de un grupo de hombres de bien que cumplen con los preceptos sociales establecidos. Trabajar, casarse, comprar piso, ir de vacaciones, tener hijos, separarse… nunca lo vi de ese modo hasta que me he puesto seriamente a pensar en ello. No parece muy romántico la verdad, pero en el pensamiento frío y en la distancia es así, y desde luego me aparece triste.

 

Pero por aquel entonces sí tuvo un efecto positivo, querer mejorar para ella, su  mundo, el de los abogados, fiscales y juristas, parecía un mundo muy serio e importante, más que el de la ferretería, y yo necesitaba, quería estar a la altura, y no estaba bien ir cojeando por las cafeterías y restaurantes. Sigo empleando excusas varias, para disimular que nunca hubo un exceso de sentimientos o de pasión entre nosotros, o quizás no lo hubo en mí, jamás le pregunté a ella, y quizás el desenlace tuvo mucho que ver con mi posición, educada, respetable, pero quizás indolente. Me he dicho que no iba  hablar mucho de mis relaciones y no paro, bueno de relaciones tampoco, de la relación.

 

El caso es que tras darle algunas vueltas me decidí por el taichí del parque, y allí me plante. Una mañana, casi madrugada, el hombre no era muy de dormir por lo que se deducía del horario, las siete y media.

 

Mi parque, merece una mención aparte. No es mí parque obviamente, pero casi todos los habitantes de la ciudad lo consideramos nuestro, cada cual tiene su particular rincón “especial” todos hemos jugado en él, punto de encuentro habitual de la juventud, de la mi época, lugar de escapadas del colegio o del instituto, refugio de primeros amantes, y de amores adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. No es un parque cualquiera, hace años la publicidad, o el reclamo  turístico de la ciudad lo empleaba como emblema “un parque rodeado de edificios” o algo similar. Con este dato nos hacemos una idea de lo grande que era y de la importancia que tenía, verdadero pulmón verde para la ciudad, ahora ha crecido mucho toda ella y se han construido otros espacios verdes, con nuevas técnicas de jardín, pero no será lo mismo, no para nosotros, no para los de mi generación. Para nosotros el parque era el centro, por él se acortaba, o se alargaba, pero siempre paseando y disfrutando de flora y fauna.

 

Construido en 1928 y ampliado en los años sesenta, hasta alcanzar el espacio con el que cuenta ahora. Cerca de setenta hectáreas de terreno verde, variado en la fauna, podemos encontrar hasta arboles de origen Chino o japonés como el Ginkgo Biloba (albaricoque plateado). En sus buenos tiempos la fauna también fue prolífica, pavos reales, ocas, por supuesto patos (de estos aún quedan) y un sinfín de especies voladoras que no ha mucho provocaron problemas de suciedad (estorninos).

 

Lo que más hay son pinos, muchos pinos, de todos los tamaños, que al estar tan cercanos unos a otros, han crecido de forma desmesurada buscando la luz, lo que ha hecho que la copa pese más que las raíces y los días de fuerte viento haya que, por precaución, cerrar algunas zonas del parque por miedo a que el viento los derribe y puedan provocar daños entre los usuarios.

 

La últimas actuaciones han eliminado una parte importante de bosque de pino, convirtiendo la superficie en zona verde, con lagunas o estanques, gradas de cemento y césped, espacios de columpios impensables al punto de no tener muy claro si denominarlos así.

 

Nuestros amados bancos dobles, (podía sentarse uno frente al otro) eran lugares casi exclusivos de cada pandilla, ahora han pasado en algunos casos a ser “unipersonales”, sillas más bien, incompresible para un parque público. Incomprensible para la forma en la nosotros entendíamos nuestro parque, todo evoluciona, o involuciona, pero ese no es mi cometido ahora mismo.

 

Cambiaron como he dicho muchas cosas del parque, pero no lo monumentos o figuras, esas las mantuvieron y entre ellas, una preciosa réplica de la casita de Blancanieves, que durante mucho tiempo fue biblioteca infantil (ahora no sé si todavía lo es) a su lado una placa al gran Walt Disney y un poco más allá había, y creo que todavía hoy (cuánto hace que no voy al parque) una superficie de hormigón lisa que parecía y servía para patinar pero que en aquellos años era la pista de baile del jardín de verano y que no era otra cosa que un recinto que se cerraba para fiestas, y que de organización municipal, servía junto con las Peñas Recreativas (asociaciones lúdico festivas), para traer conciertos y verbenas durante las fiestas de agosto de  mi ciudad.

 

Y allí en ese espacio del jardín de verano al lado de la casita de Blancanieves, se practicaba el taichí.

 

Allí llegué yo una mañana, cojeando ostensiblemente, porque había decidido ir andado, que tampoco estaba tan lejos de mi casa (casa de mi madre) unos diez minutos a paso normal, media hora a paso de operado de la rodilla.

 

Él ya estaba ejercitándose cuando llegué, recuerdo perfectamente aquella mañana. Movimientos enérgicos, rápidos, precisos, era un baile perfectamente coordinado que giraba alrededor de todas las superficies del cuerpo, o casi todas, pero sí que intervenían de una manera u otra todas las extremidades, los apoyos eran constantes, sobre las dos piernas, sobre las punteras de los pies, los talones, el pie entero girando, saltos pequeños y más grandes, quedándose quieto nada más caer del salto o salir del giro, manteniendo la posición con mucha fuerza muscular, conteniendo la postura a base de rigidez de los músculos y articulaciones, control de la fuerza, de la potencia, y equilibrio máximo.

 

Lo que yo vi aquella mañana, en aquel primer momento, me desanimó totalmente, todo lo que yo no podía ni soñar con ejecutar, lo estaba desarrollando aquel anciano como si flotara en el aire, como si su cuerpo no se resintiera por nada. Totalmente imposible para mí, recuerdo perfectamente mi desesperación y admiración. Recuerdo que estuve a punto de marchar. Recuerdo que me quedé porque era temprano, ya tenía horario de tienda, y me sobraba tiempo. Fue esa inactividad la que me permitió ver la otra cara, la de los torpes, o no iniciados, la de los míos.

 

Sobre las siete y media había ya un grupo de ocho personas haciendo estiramientos varios. Él no se dirigía a nadie en concreto, pero en semicírculo, iba marcando las posturas para que la gente las copiara. Y así, poco a poco, durante cuarenta minutos estuvo haciendo poses, o figuras, a ritmo lento, cambiando despacio de un pie a otro, moviendo los brazos, las manos, los codos, los pies… todas las extremidades en una especie de estiramiento dinámico, que este sí se podía adaptar a mis necesidades.

 

Seguía habiendo fuerza y equilibrio, pero ya no había velocidad de acción, cada paso era lento, cada postura se mantenía e incluso había tiempo de sobra para corregirla. Todo era más sosegado, y el maestro se mantenía firme frente a los aprendices, sin pronunciar palabra, pero acercándose alguna vez a mostrar la postura. No recuerdo que tocara a nadie ni siquiera para recolocar o corregir, simplemente se acercaba y volvía a ejecutar el movimiento en cuestión para quedarse en la postura que quería enseñar, había silencio y concentración. Solo hacia el final, se colocó en la que parecía la primera postura, e inicio una “tabla” de movimientos que maravillosamente coordinaba terminando en la postura inicial y en el mismo sitio, él; los demás se aproximaron más o menos, la velocidad seguía siendo baja, y la secuencia se repitió unas tres o cuatro veces.

 

Al terminar el grupo se disolvió con un saludo ritual, todos frente al maestro, y sin tampoco demasiados comentarios, cada uno a lo suyo, como habían venido.

 

El maestro se quedó un momento secándose con una toalla y yo me acerqué. Siempre he sido una persona educada y respetuosa, había leído que los asiáticos también lo eran, incluso en mayor extremo que nosotros y quería corresponder, empezar con buen pie.

 

Níháo, que viene a ser el hola buenos días en nuestro idioma.

 

Se giró para sonreírme y en un castellano bastante comprensible me contestó, buenos días, y a continuación me saludo en su idioma.

Ninháo MA, que según me enteré, es lo mismo pero más cortés.

 

Esto, que parece una tontería, se repitió durante el resto de años que compartimos para deleite de ambos. Yo buscaba una frase que acompañara al saludo y él me contestaba con algunos de los refranes de nuestra sabiduría popular. Por ejemplo, Níháo laóshí (buen día maestro) táhuíxi áyú (parece que va a llover), él me corregía la pronunciación y me contestaba con un, “la lluvia en Sevilla es una maravilla”, con esa graciosa forma de pronunciar las eles que tienen y cosas parecidas que, desde luego, nunca me hicieran hablar ni comprender el idioma pero que sí me acercaron a su cultura un poco, ya que son muy parecidos en lo que se refiere a dichos, refranes y frases populares. Afición que compartíamos con curiosidad y alegría. Sin viento no hay oleaje, decía yo tras los buenos días en un mal chino… cuando el río suena agua lleva, contestaba él en un español mejor que mi chino…

 

La conversación de aquel día fue divertida, su comprensión del castellano era bastante buena pero todavía le costaba expresarse correctamente, no hacía mucho que estaba en España y, lógicamente, en nuestra ciudad, aunque dejaré para más adelante su historia. Me ofreció una especie de té templado que llevaba en un termo, por educación lo acepte, aunque nunca me gustaron la infusiones, me parecen una mezcla de agua con hierbas variadas (aún hoy siguen sin gustarme) con el tiempo también aprendí a decir que no, que tenía otros gustos, que gracias. Me preguntó por mi cojera más que evidente y se lo expliqué, le comenté la posibilidad de que el ejercicio de estiramientos que practicaban, su disciplina, podría ayudarme. Le hablé de mis “progresos” en el gimnasio, de mi frustración general. Me confesé con aquel desconocido que se convirtió con el tiempo en un buen apoyo, porque sobre todo sabía escuchar, como me demostró aquella primera  mañana, en la que con la confianza que da alguien nuevo, al que llegas sin ningún conocimiento sobre su persona, sin vicios ni opiniones previas, totalmente limpio y que se detiene a oírte, sin valorar si has hecho lo correcto, sin aconsejarte sobre lo que tienes que hacer, cosa muy común entre nosotros, los españoles, que somos de opinar sobre todo lo que concierne al resto.

 

Acabé vaciando toda mi rabia por la situación de mi rodilla, por la lenta recuperación, por la posibilidad de que no se recuperara totalmente. Le hablé de mi necesidad de ser normal y completo, de sentirme bien, de no ver algunas miradas de lástima de quien no me conoce de nada, de ese intento de apoyo y ánimo de quién no sabe quién soy, de mi cabreo con la vida en general por fastidiarme lo que mejor se me daba, donde mejor me sentía, el único lugar donde era importante por mi talento, no por mi esfuerzo, por mi educación, por mi responsabilidad o saber estar.

 

Que rabia acumulaba entonces, que fácil es verla ahora en la distancia, y comprenderla también. El mundo nos parece que ha ido muy veloz cuando lo miras desde el recuerdo, pero en esos momentos yo lo percibía lento y amargo. Qué lejos estaba entonces del hombre que soy, más cerca, ahora del que debería o quiero ser.

 

Era entonces un muchacho oscuro, gris y triste, seguro que así me veía y así me vió el maestro en aquellos momentos. Aún hoy, a pesar del tiempo, de las experiencias y aventuras, sí me siento más positivo y alegre, pero sigo siendo un hombre cualquiera.

 

La lesión y su recuperación me la habían explicado muchas veces, pero aquél día lo vi o lo entendí de una manera distinta, quizás se debió simplemente a que tenía que prestar más atención. Como he dicho, el  castellano del maestro no era muy bueno, pero se entendía bastante bien. La lesión estaba a partes iguales en mi cabeza y en mi cuerpo, seguramente más en mi cabeza, y debía de repararla en las dos. Yo veía mi rodilla como una parte débil de mí, una parte que no quería tener, eso hacía que mi energía no fuera buena ni positiva con esa zona en concreto, tenía que canalizar también mi fuerza y mi apoyo hacia ella. Yo en el fútbol jugaba en equipo, si había algún compañero que tenía problemas, acudía en su ayuda, le apoyaba, entre los dos hacíamos esa parte más fuerte, en el trabajo ocurría lo mismo, ayudaba en las tareas más pesadas para hacerlas llevaderas.

 

Mí lesión tenía que ser tratada por el resto de mi cuerpo y de mi cabeza de la misma manera, había que ayudar para que se recuperara pronto, para que la debilidad no se hiciera más evidente.

 

Tenía que comenzar a mandar señales positivas a esa parte dañada, debía de pedirle al resto de músculos de mi cuerpo que trabajaran para esa rodilla.

El apoyo de todas las partes, haría que sanara antes. La rodilla era mía, el problema era mío, y debía de solucionarlo yo, a nadie le interesaba más que a mí ponerle final. Por lo tanto era mi obligación aportar todo lo que tuviera para que esa parte se sintiera primero importante y querida después, y sin duda que con ese refuerzo se recuperaría mejor y más rápido. Había hablado de esto con el fisioterapeuta, pero nunca lo había entendido tan bien cómo aquella mañana. Él me dijo que como persona mayor tenía dolores, alguno profundo en el alma, y otros en el cuerpo. Él reconocía las articulaciones y músculos cansados o que sufrían con el ejercicio hasta que entraban en calor y los nombraba, les ponía nombre, y se dirigía a ellos para animarlos en cada momento de debilidad. Era una forma de anticiparse al dolor, de preparar al musculo y a sus compañeros para el esfuerzo del momento, así notaba que su mente controlaba su cuerpo. Era solo una sensación por supuesto, pero esa sensación le hacía sentirse bien.

 

Lo entendí a la perfección, para mí el campo era un todo, cuando jugaba anticipaba el pase del rival, el movimiento de mis compañeros, el sentido del juego, el momento del partido, vivía dentro del encuentro que se disputaba, seguramente por eso lo disfrutaba tanto. Me equivocaba, lógicamente, pero sabía por qué y trataba de corregir, de hablar con el resto para ir solucionando los problemas que el rival o nuestro propio juego nos generaba, por supuesto que me acercaba hacía el lado débil de nuestra salida de balón, o a la banda del delantero habilidoso y rápido, que nuestro lateral no era capaz de sujetar.

En mi trabajo ocurría lo mismo, mi compañero era más bajito y yo sabía que era burla del resto si la pieza se encontraba en la estantería superior y tenía que ir a buscar la banqueta, (se la escondían) yo trataba de anticiparme y acercarle lo que necesitaba. Nunca me gustó la burla innecesaria, sí las bromas puntuales, pero odiaba la crueldad y ensañamiento ante el débil o el distinto.

 

Quizás fuera por eso que al verme yo mermado, estaba tan enfadado con el mundo y conmigo mismo, y eso que nadie hizo mofa de mi lesión, muy al contrario, todo el mundo en el trabajo se ofrecía para lo que hiciera falta. Desde recogerme en casa para ir al trabajo, acercarme después al especialista, cederme el sillón más cómodo, la banqueta para apoyar la pierna, ayudarme a empujar el carro con las piezas… mil una funciones que se trataban con cariño sincero y buena voluntad pero que recuerdo perfectamente ahora, lo mal que me sentaban. Pero quejas de mis compañeros, tanto de club como laborales ninguna, seguramente debió de ser por todo lo que yo aporté siempre al buen funcionamiento y ambiente de ambos espacios.

 

Le agradecí sinceramente la conversación y quedamos ya para el día siguiente.

 

Jamás en mi vida he llegado tarde, y esa no iba a ser una excepción, a las siete ya estaba allí. Mi propuesta personal era llegar con tiempo para verle ejecutar sus tablas antes de empezar a compartir el taichí, nunca se refería a ello como dar clase. Al decir que jamás he llegado tarde me refería a que llegaba a la hora, pero nunca llegué antes que él. También me había propuesto ir andando, mi casa (la de mi madre) está a unos diez minutos del parque y de la pista del jardín de verano donde quedábamos, y como no sabía cuánto tiempo me iba a costar, madrugué.

 

Recuerdo aquel inicio como una mañana de sensaciones encontradas, mi ilusión era grande, tanto como mi torpeza, el maestro se acercó muchas veces, con calma y sin mostrar ningún signo de contrariedad, ejecutaba la postura una y otra vez hasta que yo la copiaba, llegaron los demás y el proceso fue el mismo, al final, las tablas más dinámicas que yo ni me platee. Me bastaba con aguantar el dolor y el equilibrio.

 

Hablamos al acabar, ése y casi todos los días. La filosofía me la sabía, pero cuando él la nombra me parecía distinta, más asequible, más cierta… todo camino comienza con un primer paso… ya lo has dado, no busques el final, ya llegará. Mantén la idea clara, se firme en tus decisiones, y todo mejorará, aunque solo sea la satisfacción mental de ser capaz de mantener el compromiso.

El truco estaba en que tenía que esforzarme por entender bien sus palabras, eso hacía que mantuviera la atención, no es que al resto no lo escuchara, que ya he dicho que uno de los trucos para todo el mundo en general, y para la parte femenina en particular era el de escuchar y recordar, prestar atención. Pero aquí no había otra, su castellano era regular, las erres sobre todo, eran divertidas, las formas de conjugar los tiempos, los verbos, las palabras colocadas en distintas posiciones… obligaban a estar atento y casi a la traducción simultánea.

 

El grupo de taichí era curioso, gente de toda edad, más bien avanzada, pero dentro de ese rango de toda edad, yo era el más joven, pongamos que a partir de 40/50 y de allí en adelante. No sé si lo de toda edad está bien definido, gente mayor de todas las edades que podemos considerar mayor. Lo estoy liando. Pero vamos, gente variopinta, que parecía que no se conocía de nada. Llegaban, se saludaban, ejercitaban, saludaban y marchaban. Poca conversación o ninguna, cada uno a lo suyo, lo que a mí en particular, me venía bien, no se acercaba nadie a preguntar con desinterés por mi cojera o lesión, no se paraba nadie a preguntar qué tal estaba, si mejoraba, si me encontraba a gusto, si necesitaba algo. Yo tampoco lo hacía, seguía el viejo precepto de “allá donde fueres haz lo que vieras”. Agradecía pasar desapercibido y respetaba la intimidad del resto, el grupo funcionaba perfectamente para mis intereses, otra cosa es lo que me costó a mí ponerme a la altura. Aparecieron algunas personas más y dejaron de venir otras, nunca fue numeroso, no tanto como para que se pudiera descontrolar o sentirse uno agobiado, el nivel de curiosos a esas horas de la mañana tampoco era mucho, la gente tenía faena, y aunque sí se “desviaban” para observar, no teníamos el típico, o parejas de ellos, incluso grupos que se pararan y comentaran la jugada, las posiciones, las posibilidades o quien lo hace mejor, como en las obras y los jubilados.

Además el protocolo era sencillo y funcionaba, si pasaba algún conocido y parecía que quería saludar, o alguien preguntaba, nadie respondía, se mantenía la concentración y el silencio durante la tabla o tiempo de ejercicio, así al final la gente entendía que no debía “molestar” y todo se mantenía como al maestro y a los demás nos interesaba, en eso al menos el grupo sí fue siempre solidario.

 

Como el maestro me indicó, empecé a reconocer los músculos. Los agonistas, músculos cercanos e implicados, los antagonistas, los contrarios que contrarrestan y aportan el equilibrio, también están los músculos cercanos, solidarios con el esfuerzo del dañado, y los músculos alejados pero con incidencia y participación, músculos colaterales, y me salieron tantos, que al final había que implicar a todos. La posición del pie afecta desde la planta hasta los glúteos como músculos implicados en mantener la postura, pero la espalda por posicionamiento, será una parte de daño colateral si es un mal posicionamiento continuado, por ejemplo. Todo un mundo nuevo.

 

Pero me parecía fascinante, y descubrí que conocerlos sí ayudaba, al empezar a estirar me acostumbré a nombrarlos, así aparte de aprenderlos, me sentía más unido a mi cuerpo, era como si mi mente tuviera de verdad poder sobre ellos, encima mi concentración se acrecentaba. El mundo desaparecía, no sólo tenía que ejecutar el ejercicio a la perfección también le mandaba a los músculos, articulaciones y demás implicados órdenes precisas para la correcta fuerza, apoyo, o refuerzo puntual. Esto que parece divertido, al principio era un auténtico desorden, tanto que algunas veces llegó a dar conmigo en el suelo… entre recordar a quien o cuales les daba la orden y ejecutar el movimiento, había un tiempo en tierra de nadie que a veces me hacía dudar y perder el equilibrio. Tampoco en estos casos nadie del grupo decía nada ni hacía gesto alguno. Con el tiempo descubrí que muchos de ellos, sobre todo cuando conocían ya la tabla de ejercicios, al comenzar cerraban los ojos y se dejaban ir.

 

Digo con el tiempo, porque al principio durante muchos meses, yo me colocaba detrás, era un semicírculo, pero yo estaba un poco más retrasado, el maestro me decía que así podía no solo verlo a él, sino también al resto, y yo debía de aprender de todos. Cada persona puede aportar cosas, en la postura, en la ejecución e incluso en la actitud, o en la superación, y yo debía fijarme en todos, y aprenderlo todo.

 

Quizás con ello me proponía una lección de humildad. Es bueno aprender de todos y replanteárselo todo. Y seguramente también quería protegerme de alguna manera, haberme puesto delante, me hubiera acercado a él sin duda, pero seguramente mi inseguridad se hubiera vista expuesta, hubiera acrecentado mis dudas y quizás mi avance hubiera sido más lento. De esta forma yo iba a mi aire, más despacio, más torpe, sin presión ninguna, ciertamente me permitía fijarme en el resto, que con el tiempo y para mi ego, vi como los superaba en ejecución, precisión y técnica.

 

El maestro sabía más de lo que aparentaba, jamás presumió de ello, ni yo de ser su amigo, nuestra relación no se deterioró a pesar de que hubo motivos para ello, empezamos respetándonos y así acabamos, y lo sé porque me lo dijo él. No solo fue respeto, también fue admiración, y de verdad que fue mutuo.

 

El tiempo pasó con velocidad, pero esta vez sí tenía constancia de que pasaba, no fue como los años del fútbol y el taller que se pasó sin enterarme. Aquí el taichí me dotaba de conciencia, de control, y empecé a aplicarlo a todo. Mi cerebro aprendió a analizar cada acción en el instante, lo cual no quiere decir que acertara siempre, ni mucho menos, pero al menos sí tenía capacidad para pensar antes de reaccionar, y lo más importante, aprendí a ser consecuente. Una vez analizado y tomado la decisión, mi compromiso con el fallo o con el acierto era ya total. En el futbol todo era instintivo, el balón llegaba y yo lo controlaba sin ser consciente de que lo hacía, lo devolvía a la mejor opción sin que mi cerebro pensara si lo era, lo hacía, sabía que allí estaba el pase, el apoyo, o la carrera, era innato en mí, después sí analizaba la acción o el partido en general, pero en ese momento de la ejecución no, todo era rápido.

El taichí parecía lento, pero cuando comenzabas a trabajarlo ya a nivel más avanzado no lo era, pero la mente sí podía ser lenta, sí podía saber cuándo y dónde llegaba el movimiento que requería el máximo de ti. Adelantar el esfuerzo previo del cuerpo, colocar el movimiento anterior en situación de mejorar la salida, era como estar en una cabina de mando y ordenar a tu propio cuerpo, y eso valía para la vida real. Detectar el problema antes ayudaba a solucionarlo con agilidad, saber la respuesta por anticipado te hacía controlar tú reacción y la de los demás. Eran ejercicios de conciencia laboral y social que me encantaban, y que siempre me dieron un aire de ausente y poco participativo, lejos de la realidad.

 

También se me tildó de brillante en las acciones y respuestas, cuando en realidad solo era acertado por observación y comedimiento. Nunca responder en caliente, se convirtió para mí en un dogma que pasó a ser tratar de anticipar, respirar y actuar.

 

He dicho que nunca presumí de ser amigo del maestro o de conocerle bien, lo cual tampoco es cierto, aproveché sus lecciones y sus recomendaciones. A mí por aquel entonces todavía, novia le gustaba la comida china, no el típico rollito de primavera, pan de gambas, arroz frito, pollo agridulce o ternera con almendras, que también. El maestro nos fue recomendando lugares y sobre todo qué pedir. En mi ciudad no hay muchos, bueno no había, ahora hay hasta Wok  que viene a ser más o menos un restaurante tipo buffet, o de comida libre a precio fijado. Pero hasta ese momento la oferta no era tan variada. Y yo presumí, más o menos, de conocimientos y amistades a la hora de escoger platos.

La palabra Wok es una denominación clave en la gastronomía china, mandarín o cantonesa, se refiere a una sartén de culo o fondo ancho cuyo principal uso es el de saltear los alimentos, con casi nada de aceite, a fuego muy alto para que mantengan su sabor y propiedades. Se puede hacer de todo lo que se ocurra y la verdad es que tienen un punto de crudo que a nosotros nos gustaba y a mí al menos, me sigue gustando mucho. Así descubrimos el arroz de verduras con gambas, salteados de pollo frito con salsa de chile y albahaca, salmón con lima, pato con salsa de ostras, o pavo salteado con tofu, por poner ejemplos. Los pescados salen igual de sabrosos, pero siempre fuimos muy fieles a los entrantes de Sushi, yo desde luego sigo siendo un gran degustador.

Naturalmente también los postres, galletas de la fortuna, barba de dragón, bollitos de piña, helado frio, pastel de luna… y bebidas de arroz sobre todo el tradicional baijiu que no es nada común, ni comercial aquí en España, y que tampoco es que nos apasionara, aunque de vez en cuando sí probábamos, más por obsequio y aprecio que por pedirlo específicamente. Dice la tradición que cuánto más baijiu bebe el invitado más sinceridad y simpatía tiene, desde luego que simpatía y alegría mucha, ya que contiene un alto grado de alcohol.

También tienen cerveza de propia fabricación, la marca es Tsingtao relativamente joven. Nace en el siglo XX cuando los alemanes exportaron la tecnología de fabricación a la ciudad China de Qingdao. Es una marca conocida en el mundo, su publicidad dice que es la quinta marca más vendida exportándose a más de 90 países, desde luego España no es un gran consumidor de esa marca, tenemos muchas propias y muy buenas. En cuanto al famoso té chino, hay mucho que hablar.

 

Particularmente me gusta su historia, antes diré que es un producto tradicional muy muy habitual, que hay quien lo sustituye hasta por el agua y a todas las horas del día. Ya he dicho que yo particularmente no soy muy aficionado, no lo era entonces y no lo soy ahora, pero de beber té, infusión que llamamos aquí o manzanilla que es parecido… desde luego me decanto por cualquier variedad china, las principales son blanco, verde, oolong y post-fermentado hay quien añade también otras categorías para tés perfumados y comprimido. Pero básicamente las citadas, y de ellas el verde para mí es el que tiene mejor sabor. Por lo general todos provienen de distintas variedades de la camelliasinensis que es un árbol o arbusto pequeño que se recorta para que no alcance mucha altura, no más allá de los dos metros, que tiene una fuerte raíz y cuyas hojas son muy valoradas, así como sus flores de las que se puede sacar el aceite de camelia.

 

La cultura del té como he dicho es muy importante se llegó a considerar una de las necesidades básicas: leña, arroz, aceite, sal, salsa de soja y vinagre. La mayoría de las variedades no se exportan salvo para las comunidades que habitan en otros países. La historia del descubrimiento del té es simple, sencilla y casi por casualidad, que es cómo yo me imagino que se descubrió todo, quiero decir en el inicio, ya entiendo que las vacunas, el cosmos, la física cuántica y demás vienen de un estudio pormenorizado, constante y exclusivo de mentes privilegiadas.

 

Pero al principio de los tiempos, cosas como el fuego, la rueda, los metales, la cocción de los alimentos, el uso de la sal, los distintos vegetales y su cultivo, serían cosas que se descubrirían casi por casualidad u observación.

 

Esto me fascina, intento ponerme en el lugar del hombre antiguo, uno de mente más abierta que el resto, capacitado para experimentar o probar lo que ocurría a su alrededor, con capacidad para observar los fenómenos que se producían y con la agudeza suficiente para entenderlos y aplicarlos. Ahora “Google” nos saca de dudas, y por ello aunque parece que somos más listos en realidad cada época, casi cada generación somos más simples, aunque solo sea por dependencia.

 

El emperador chino ShenNong, allá por el año 2737, estaba disfrutando de un descanso cerca de un riachuelo, los sirvientes habían puesto una olla al fuego para el arroz, y en ella el emperador advirtió que habían caído unas hojas de un arbusto cercano, el aroma que desprendía cuando el agua empezó a burbujear por hervor le llamó la atención, al probarlo lo descubrió como refrescante. Sencillo, pero muy importante, ya que antes de eso, los monjes budistas chinos ni más ni menos que el 420 antes de Cristo, ya masticaban las hojas de ese arbusto del té para concentrarse en las meditaciones, pero no se les ocurrió nunca hervirlas. Ese sencillo paso dio lugar a un mercado que llevo a la gran ruta del té. O a que los portugueses fueran los primeros europeos en consumirlo. Que la princesa portuguesa Catalina de Braganza al casarse con el rey Ingles Carlos II aportara en su dote baúles completos de té, popularizándolo y metiendo a Inglaterra de lleno en el consumo de su popular bebida, obligando no solo a importarlo a través del famoso puerto de Bombay; también a crear la Compañía Británica  de las Indias Orientales que controló todo el comercio allá por el 1600 creando igualmente sus propias plantaciones. Uniendo a Inglaterra a la historia de té hasta la fecha, dónde todo el mundo asocia las cinco de la tarde a la hora de té inglés.

 

Pequeños detalles, que sin embargo, provocan grandes movimientos en la historia. No hablaremos del te ruso. Tampoco del contrabando, ni demás efectos colaterales provocados por el ansia del ser humano por enriquecerse a costa de lo que sea. Pero sí lo aplico, a nivel personal, para mantener mi pequeña teoría de que cualquier acto realizado, por pequeño que sea nos llevará a un destino o situación inesperada, y eso hace el mundo divertido, incompresible y maravilloso.

 

No quiero perder el hilo que me distraigo con una mosca últimamente.

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