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En una de las tardes/noches cualquiera de las sesiones de la escuela/gimnasio se habló de un bar que estaba cerca de mi casa, debajo concretamente (yo vivía en un segundo) de mi bloque aunque en la cara contraria, en la otra esquina, por decirlo para que se entienda.  Negocio que había comprado una familia asiática de muy buenas referencias entre la comunidad.

 

Los anteriores dueños conocidos por todos, ya mayores, habían vendido el negocio, un negocio que funcionaba muy bien. Mi bloque estaba enfrente de la escuela de artes y de la de hostelería así que, sobre todo por las mañanas, el trasiego de estudiantes y profesores era ingente, decaía por las tardes y en la temporada de verano, cuando no había clases. Bocadillos, tapas, pinchos de todo tipo y bastante buenos, bollería casera y buen café eran la clave, aparte de un servicio profesional, cercano y limpio. Eso yo lo sabía por oírlo comentar en el barrio, no había entrado hasta ese momento más allá de unas pocas veces. No soy muy de bares, nunca lo fui. Quedamos allí al acabar, por cumplir ellos con su deber solidario (mis compañeros asiáticos) por acompañar el resto de la clase, y por pillarme cerca, yo.

 

El sistema que emplea este tipo de empresas que compran negocios, sobre todo bares de barrio, es simple pero efectivo. Pasan meses en la cocina, en la barra, con los clientes con los proveedores y sobre todo con los jefes o profesionales que lo regentan, aprenden como funciona y por qué funciona, y cuando lo tienen claro, cierran el trato, y lo manejan ellos. En este caso los bocadillos de beicon con queso, de lomo con pimientos, panceta plancha, pechuga con queso, longaniza con pimiento, tortilla de patatas, de calabacín, de espárragos, gambas gabardina, bola de patata, bola de atún, de pimiento, por supuesto huevos fritos con de todo y patatas, y una tarta o bizcocho de Santiago de fabricación casera que funciona muy bien con café a cualquier hora del día. A todo esto (perfectamente ejecutado) le añadían productos típicos de su tierra, rollitos de primavera, arroz frito, sushi variado, pescado frío y tempura. Todo al estilo de la casa, en vitrinas o mostradores acondicionados, expuesto para calentar o en carta para hacer en el acto. Éxito seguro, no demasiado complicado, sencillo, asequible de precio y perfectamente cocinado, presentado y rápido.

 

Una familia, relativamente joven, amable, y a la que acompañaba una chica para todo, también para la contabilidad y las relaciones con comerciales, joven, 27 años, inteligente, dinámica y con esa belleza asiática que se esconde detrás de una sonrisa eterna y una disposición permanente a satisfacer al cliente sin que jamás salga una queja. Había otros dos ayudantes jóvenes en la barra, pero solo por las mañanas, todos chinos.

 

No era excesivamente grande, tenía una barra en forma de ele y una sala hacia el final con capacidad para unas diez mesas, dependiendo del orden y de la necesidad del momento. Fui debidamente presentado y desde el principio congeniamos ella y yo estupendamente. Me gustaba la comida china, entendía de su gastronomía lo suficiente para mantener una conversación superior a cualquiera de los habituales, comprendía la cultura, algunas frases y refranes, algunos rituales, cuatro palabras de respeto y reconocimiento, y además era “maestro” en taichí en su modo o disciplina “Chi Kung”, en realidad estaba terminando la parte burocrática, la española.

En nuestro país hay que tener título para todo. En mi comunidad se exige el título de monitor en su sección de deportes, con horas en pedagogía, metodología y organización del ejercicio. Instructor de tiempo libre mínimo para poder dar clases de forma legal, al margen como he dicho de los distintos niveles de cada escuela, pero son cosas distintas, y aunque yo en principio no me planteaba ponerme frente a ningún grupo a enseñar de manera regular, sí era un poco comodín, y si alguno de los profesores fallaba, o había grupos más retrasados o numerosos, tiraban de mí. Seguía sin pagar por cortesía del maestro que nadie había discutido a pesar de que ya no era él el responsable, así que me sentía en deuda y de alguna manera obligado.

 

Comencé a frecuentar el bar, sobre todo al final del día, a cenar, una vez al mes o dos dependiendo de cómo se terciaran las cosas acudíamos con compañeros, alumnos y profesores. El trato de ella era normal entonces con mi persona, siempre con ese punto de educación, timidez y respeto que me encantaba, lo mismo cuando llegaba yo solo, pero con más alegría, un poco más abierta, más confiada según pasaba el tiempo y más a gusto yo con el trato que recibía, con la deferencia, con ese sentirme importante, respetado. Había deseo sexual por mi parte, y estaba seguro que por parte de ella, una corriente de energía positiva que cargaba el aire en cada gesto, en cada mirada, en cada palabra. Estaba convencido de que estaba mal. Y no solo por la diferencia de edad, cosa que de verdad, y no presumo no se notaba a la vista, las asiáticas son de aspecto indeterminado en lo referente a la edad, y yo seguía de buen ver.

 

El caso es que progresamos sin querer prestar atención a ello, o sí.

 

Ella era la encargada de cerrar, de cuadrar cuentas y de dejarlo todo listo para el día siguiente, abrían antes de la ocho, aunque no ella, se le hacía siempre más de las doce a puerta cerrada, y me empecé a quedar para acompañarla, o a bajar a última hora y caminar después del cierre. Siempre prefirió eso, que estar dentro a solas conmigo, no por el qué dirán, que también si no por el respeto al establecimiento, a sus compañeros  y al trabajo. Fue algo natural, quizás yo no estaba acostumbrado a que me trataran tan bien, y ella se sentía a gusto en la compañía, no tenía días libres, estaban empezando y ni los domingos por la mañana cerraban, aunque desde luego la clientela era menor. Pero había que estar, sólo los tres, sin los jóvenes que ayudaban por la mañana entre semana, por eso los paseos a última hora le hacían bien y le gustaban, y a mí también.

 

Así, generando cada vez más atención y en mi querido parque, un anochecido de principio de junio, noche templada, nos acercamos casi de mutuo acuerdo, fue una sorpresa su reacción. No opuso resistencia a los besos ni a la caricias, participó más de lo que yo esperaba, y cuando todo estaba hirviendo, me propuso el coche, no podía su piso, no quería el mío, ni el taller, ni por supuesto el bar.

Fuimos a buscarlo, nos desplazamos a una zona cercana y tranquila, una ermita de las de romería y viacrucis, solitaria…

 

Retomamos las caricias, los besos, excitándonos de nuevo, y cuando yo pensaba en la ausencia de preservativos, ella, se inclinó hacia mi entrepierna, desabrochó, liberó, introdujo su boca, y la mantuvo allí, con destreza hasta que me vacié. No voy a juzgar ni a caer en dar explicaciones que me meterían en barros en los que no quiero entrar, a ella le gustaba esa práctica, yo no soy dominador ni seguidor de Grey y sus cincuenta sombras, dudo mucho que ella ni siquiera lo conociera, y yo doy mi palabra que no lo leí, y la película, la primera, y tampoco fue para tanto. Sencillamente a ella le daba placer dar placer, y mí que me lo diera. Y ahí lo dejaré.

Disfrutamos todo el verano de ello, no todos los días, pero casi. Naturalmente hablamos de sexo, soy una persona razonable con buena conversación y empática. Me confesó que la práctica habitual sí le agradaba, pero que entendía lo complicado de nuestra relación, y prefería mantener nuestra forma, que de verdad le gustaba que no era virgen, ni pretendía guardarse para el matrimonio, sencillamente siempre había disfrutado de dar placer oral y que ella disfrutaba mucho de la situación sin necesitar de mí más que las caricias y los besos. Y yo quizás un poco, o un mucho egoísta, o interesado, no quise ir más allá, y me conformé.

 

¿Debería de haber desconfiado? No parecía ese tipo de persona ni de relación, y jamás insinuó nada de que quisiera algo a cambio, al contrario, se mostraba agradecida por el tiempo que pasaba junto a mí, y me lo decía, era su escape. Deseaba que llegara la noche para poder pasear, para conversar, para contarme que tal la jornada y para poder darme placer.

 

Durante el día rara vez aparecía yo por el bar, era otro mundo, su mundo.

 

Yo llegaba a la noche, hacia el final, aunque hubiéramos acudido a cenar con los compañeros. Yo volvía más tarde. Nunca pasamos una noche juntos, no subió a mi casa, no lo hicimos nunca en una cama, y aun así estábamos encantados los dos de cómo funcionaba, repito que nunca pidió nada, no recuerdo que ni siquiera planteara o ambicionara nada, ni siquiera la ilusión de salir a cenar, o planear algo juntos, estaba bien como estaba y si quería otra cosa de mí, si tenía algún que otro fin, lo disimuló muy bien y yo no supe verlo.

 

Llegamos a septiembre, mi cumpleaños por cierto, cuarenta y tres muy bien llevados, y unos días antes, pasé a buscarla, como siempre, en la hora nocturna y habitual, pero cosa rara, el bar ya estaba cerrado. No tenía su teléfono (su número) no me lo había dado, no lo habíamos necesitado, nunca había fallado, no se había puesto enferma o indispuesta en tres meses, era la primera vez que a las once y cuarenta de la noche el bar estaba cerrado, y no tenía manera de averiguar nada sobre ella. Sabía dónde vivía por supuesto, pero no me pareció adecuado.

 

A la mañana siguiente no estaba tampoco, me daba apuro preguntar, no quería perjudicarla, tenía un mal presentimiento y esperé. Seguro que sería por culpa de nuestra relación, aunque en el bar nadie me había tratado o mirado mal. Por la tarde volví, no estaba, había otra persona en este caso un joven andando por allí, como si se estuviera enterando de todo, controlando las bandejas, las neveras o cámaras, la caja, saludando a los clientes, me lo presentaron como el nuevo encargado y aproveché para preguntar por ella.

 

La han trasladado respondieron con naturalidad, pero no nos han dicho a dónde… pero llamará, nos prometió que nos tendría al corriente en cuanto estuviera establecida. La echaremos de menos, pero es lo que hay… Estaba convencido de que era por mi causa, por culpa de la relación, seguro que estaba mal vista, una chica joven con un hombre maduro, mayor, si ya en nuestra sociedad hay prejuicios, no quería ni imaginar lo que sería entre la comunidad china, más respetuosa con las costumbres y formas, pero ¿por qué no me habían dicho nada?.

 

Mil y un malos pensamientos se agolpaban en mi cabeza ¿y si no tenía papeles? Era absurdo, yo sabía que estaba dada de alta correctamente, pero ¿a lo mejor el negocio sí y ella no? ¿Y si eran una mafia y me pedían explicaciones? ¿O una indemnización por haber tratado con una de las suyas? ¿Podría estar comprometida de antemano con algún hijo de mafioso y tomárselo mal? O comprometida simplemente y ella sabiendo que tenía los días contados había disfrutado conmigo. Esa respuesta, sencilla, me parecía bastante verosímil, y aunque no me reconfortaba, sí me tranquilizaba en cuanto a que ella pudiera estar bien, y yo no saliera mal parado.

 

El comportamiento de los últimos meses, no queriendo penetración, no queriendo ilusionarse, no queriendo compromiso, no estando en lugares cerrados, daba crédito a esa idea en mi cabeza. Me sentía utilizado, pero la verdad, no debía quejarme, había disfrutado de unas noches de verano como nunca. También pensaba que quizás, y lo había visto de primera mano en un amigo de un compañero, aunque en este caso no era asiática.

 

Una mujer, prostituta, que había “enamorado” a un cliente, el amigo de mi compañero hasta conseguir que la sacara del “negocio” llevándola a su propia casa, que firmara un documento para hacerse cargo o tutor de un hijo que ella tenía en su país de origen para que pudiera traerlo a España, y aunque la familia se puso en contra, él rompió con todos, se casó con ella totalmente enamorado al punto de que hasta puso todo a nombre del matrimonio, amarre lo llaman, o algo parecido, son unas verdaderas maestras de ello. Unos meses más tarde le acusó de malos tratos, exigió el divorcio, lo consiguió y puso todo a la venta. Vació cuentas, pidió una pensión para ella y para su hijo, y desapareció. Dejándolo en la más absoluta ruina personal y financiera.

¿Y si ella hubiera intentado algo así? Al ver que no podría conmigo había desistido y buscado por otros caminos, lógicamente en otra ciudad.

Me negaba o creerlo, pero había algo extraño en todo esto, algo que yo no había querido mirar antes y que no me dejaba descansar la cabeza. Esto no había acabado, estaba seguro de ello, habría más movimientos y no sabía cómo debía prepararme. Ya en aquel momento tenía claro que mi gestión con el género femenino era desastrosa, no me enteraba de nada pensando que lo controlaba todo, debía de espabilar en ese campo y mucho. Mi matrimonio había fracasado sin que yo me percatara de la misa la medía, una relación más o menos buena se había ido al traste por mi falta de compromiso, y ahora que parecía que disfrutaba y controlaba, se volvía a “cocer” algo a mis espaldas, decididamente y por mucho que presumiera de saber escuchar y analizar, ellas siempre iban por delante de mí.

 

Seguramente que muchos hombres dirán que eso les pasa a todos. Pero no me consuela, jamás el mal de muchos me conformó, como he dicho no soy tonto.  Aunque sinceramente tengo que reconocer que en esa faceta estaba pasando por ello, por desconfiado, por simple o conformista, y me amargaba, y tardé mucho en confiar, Aún hoy sigo “mosqueado” con el otro sexo.

 

No tuve tampoco mucho tiempo para darle vueltas a la cabeza, afortunadamente el movimiento me movió antes de lo que yo mismo pensaba, y por un camino que no esperaba. Por la tarde uno de los hijos de la familia que tenía al maestro en acogida (funcionan muy bien así entre ellos, aunque no fueran familia) y que también practicaba con nosotros el taichí, me dijo que el maestro quería verme, le pregunté si se encontraba mal, porque hasta no hace nada, se acercaba y hablaba conmigo, me dijo que no, estaba como siempre, pero que le había indicado que fuera yo a verle.

 

No parecía saber nada más, le dije que al día siguiente a mediodía si le venía bien me acercaría, asintio sin más comentario, y yo me quedé convencido de que estaba relacionado con las historia que no me dejaba andar tranquilo, y me preocupé todavía más, lo último que hubiera querido era involucrarle a él, maestro y amigo.

Llegué después de mal comer, no podía ni tragar, ni el agua me pasaba… me invitaron a té o café, y me hicieron pasar a un saloncito donde estaba sentado el maestro, no le permití levantarse, le saludé, pregunté por su salud, conversamos un poco del general de nuestras cosas, sirvieron el café y su infusión, y nos dejaron solos. Que presente tengo aquella conversación con una buena persona que me tenía aprecio y se notaba.

Escucha, no has hecho nada malo, no ha habido fuerza, y ella no ha denunciado ningún tipo de mala conducta por tu parte, al contrario, ha manifestado lo bien que te has comportado con ella, y hasta el resto de nosotros no ha llegado ningún tipo de relación sexual, otra cosa será lo que haya contado a su señor, pero no ha trascendido, y yo no quiero saberlo. Su hablar era lento, pausado, a su estilo, y aunque se notaba la seriedad, y que pensaba lo que quería decir, también notaba el cariño y el deseo de ayudar.

 

No, no es libre. No es esclava por supuesto, pero como todos nosotros está atada por un contrato, un contrato que quizás tampoco sea el original, pero que le obliga con el poseedor, y este es un señor importante de esta zona.

 

El feudalismo en mi país se acabó hace muchos siglos, pero los vínculos no, el respeto, las obligaciones, las tradiciones continúan, no es como antes lógicamente. Pero sí hay una china rural que vive todavía en dependencia de los grandes señores. En las ciudades, en las grandes capitales de mi país, eso que llaman mafias controlan los movimientos económicos, no tiene que ser drogas, aunque desgraciadamente también lo es, pero no necesariamente.

 

Nosotros por ejemplo no vinimos por drogas, lo hicimos por préstamos, por dinero, por familias que prestan con intereses bajos, de hace muchos años, pero que igual hay que devolver y que crean obligaciones familiares de sangre y servidumbre. No conozco sus obligaciones, ni su historia, pero te contaré la mía, que será parecida.

 

Nací en la cuenca del río amarillo en la provincia de Hénan. Una parte pobre, de las más pobres, tuve suerte, desde el principio se me dio bien estudiar, las matemáticas, la ciencia y todo en general, se me permitió estudiar y hacerme profesor, que ha sido mi verdadera vocación junto al noble arte del Taichí. Me casé joven y enamorado. Mi mujer no era muy fuerte aunque sí muy hermosa, o por lo menos siempre lo fue para mí. De salud delicada, no pudimos tener hijos, cosa que a mí no me importaba, ya tenía demasiados niños a mi cargo, pero que a ella atormentaba de sobremanera. Con el tiempo fue deteriorándose, y potenciando una enfermedad irreversible, su familia nos acogió a los dos, haciéndose cargo de sus cuidados en las horas que yo no podía por trabajo. Mi agradecimiento era infinito. Acabó falleciendo, dejándome sólo, inválido afectivamente.

Me quedé con la familia de mi mujer, me necesitaban y la relación era plena y mi familia estaba lejos. Se dedicaban (como muchos) al barro y a la cerámica, creaban y fabricaban de encargo. Los montes de los que sacaban la materia prima pertenecían a señores antiguos, a feudales de años de tradición, que ya hemos comentado que no es tan fuerte como era, pero que sigue estando arraigada, algo parecido a la iglesia aquí. Que nadie va a misa, pero todo el mundo hace la comunión o casi…

Intentaron establecerse por su cuenta, pidieron préstamos para poder expandirse (el hijo mayor era un artesano virtuoso, y ambicioso) es la mejor manera de “atar” a los industriales pobres de la zona, concediendo prestamos que después los señores se encargan de que no puedan pagar. Ellos controlan el comercio, y les basta con boicotear sibilinamente, y de paso sirven de ejemplo para otros.

El negoció no prosperó, necesitaron más préstamos para los préstamos, desoyeron mi consejo, negociaron esperando un apoyo que no llegó, y al final ante la imposibilidad real de no cumplir y de perderlo todo, aceptaron una devolución de coste personal. Me sentí obligado entonces, y me ofrecí como pago. Tenía mucho que agradecerles y mi persona con sus conocimientos eran valorados.

Se fijó la cuantía ante principales, y me mandaron  a Europa. Después de cumplir muchos años, pasé por otro contrato ajeno a mí a un importante señor del norte de España, y llegué a aquí, al final de mis días. Mi deuda está pagada y de sobras, yo mismo la amplíe a condición de que mis cenizas viajaran con mi esposa. Y ya siento que me queda poco.

Te tengo aprecio y lo sabes, hemos congeniado desde el principio, has seguido un camino de sabiduría y conocimiento espiritual que ha hecho que te ganes el respeto, mío y de la comunidad. El señor no te conoce, no le debes nada, ella es una posesión más, pero algo habrá que quiere o pretende de ti. Quizás entienda que ella es valiosa para ti y quiera intercambiar o poner precio a la relación o a su posesión. Funcionan así, por favores debidos, crean tramas, tejen cadenas de influencia que pueden no emplear nunca, pero que siempre recuerdan.

Estaba petrificado, eso era trata de personas, no dije nada, el maestro era mayor y mi respeto por él, inmenso.

 

Sea lo que sea te lo planteará él en persona, yo ni siquiera seré intermediario, estoy al final de mi camino, y me gustaría estar en paz también conmigo y por supuesto contigo. No quiero aconsejarte, no conozco tus sentimientos ni intenciones reales, cuenta con mi respeto y con que mi fuerza mental y espiritual estará contigo, no decidas sobre nada en el acto, y piensa siempre que toda acción tiene su respuesta, acuérdate de ese taichí mental que tan bien dominas para controlar la situación, sé respetuoso y humilde sin humillarte. No puedo mezclarme más, no sería conveniente para mí, espero que me perdones y comprendas esta flaqueza de hombre mayor.

 

Recuerdo que le cogí las manos y le hablé largo rato agradeciéndole todo lo enseñado, recordando nuestros buenos momentos que fueron todos, que por nada del mundo le comprometería y que estuviera tranquilo que su recuerdo me acompañaría de forma feliz durante toda mi vida, y no mentí. Le hable con el corazón y sé que lo notó y que se quedó tranquilo, nos despedimos como si fuera para siempre, que sí lo fue.

No volveríamos a tener contacto personal, sé que marchó en paz al menos en lo que a mí respecta, y que tal y como deseaba, sus cenizas regresaron donde su corazón siempre estuvo. También sé que una parte de su espíritu se quedó por aquí, en mi memoría desde luego y en ese trozo de parque donde practicaba, el mismo donde un tiempo más tarde pudimos despedirle los que nos reunimos allí para ello. Me llegó el aviso por medió del hijo de la familia que le atendía, el mismo que intermedió en todo lo relacionado conmigo. El maestro ha marchado y pidió que te invitáramos a un sencillo ritual en el parque, también me rogó que te entregara este paquete.

Estaba envuelto por él mismo, y dentro había un libro encuadernado en cartón y pintado a mano, frase y refranes en chino y castellano… ¡qué grande!. Las había recopilado de nuestros saludos mañaneros. Con una dedicatoria firmada. Eres Dragón por año de nacimiento, y por ello sé que podrás con todo lo que acometas, nunca dejes la disciplina que te salvará siempre. Lo guardé emocionado, una parte muy importante de mi vida estaba entre esas páginas, entre esas frases, en el recuerdo de un hombre con una historia y con una forma de enfrentarla que me serviría de ejemplo e incluso de guía.

La vida es un camino complicado, pero merece la pena andarlo…

No tardaron nada en informarme de la cita, en el hotel de al lado del parque, en la cafetería para desayunar el viernes a las 09.15 de la mañana. Un lugar totalmente público y frecuentado a esas horas, me aseguraba al menos que no había peligro, aunque, la imaginación juega malas pasadas y yo me esperaba una especie de “yakuza”, todos samuráis como mínimo. Era tranquilizador el lugar, y para mí conocido, como para todos mis vecinos, no hay muchos hoteles en mí ciudad, y este era de los principales, con una cafetería grande y elegante. Cafetería de hotel de las de mesas de mármol blanco, comedor aparte, salones para eventos, por supuesto habitaciones suficientes y con buena prensa, por lo menos en lo que yo entendía. Pertenecía y pertenece un grupo de hoteles regentado por una familia de larga tradición en la hostelería.

A pesar de todo, no diré que nervioso, ya que tenía garantías más que suficientes, pero sí intranquilo, por ella sobretodo y por lo que pudieran plantearme. Me hice muchas cábalas, para intentar llevar alguna respuesta, sobre todo en lo económico. Mis posibilidades allí eran escasas, pero quizás podría negociar, pedir algún préstamo. Entiendo siempre yo que la idea era compensar de alguna manera si había incumplido alguna norma o a la última si una vez deshonrada, tenía que pagar por ella… ya he dicho que la imaginación es mala. Le di muchas vueltas en los dos días que me quedaban para la cita, pero ni la más descabellada de ellas se acercó. La realidad siempre supera cualquier ficción.

Fue una de las conversaciones más importantes de mi vida, trataré de centrarme para reproducirla fielmente.

Llegué puntual a mi encuentro. Un señor adulto, de edad indeterminada, más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Él me guio hasta la mesa donde ya me estaban esperando al fondo desayunando opíparamente, y tranquilamente, joven, muy joven para lo que yo esperaba, aunque no tanto como parecía, pero sí más joven que yo. Se levantó, formal, vestido impecable, aunque un poco ajustado, pantalón y camisa de corte traje, y la chaqueta en la percha adjunta, desayuno completo, sin móvil encima de la mesa.

 

Me invitó, denegué el desayuno, acepté un café, cortado. Esperó a que el camarero atendiera, con calma y en un perfecto, o casi, castellano comenzó su monologo, que es lo que fue.

 

Sé que está familiarizado con nuestras costumbres más ancestrales, que se maneja muy bien con nuestro bendito taichí, que tiene buenos amigos en la comunidad y que es respetado, y me alegra. Siempre es más fácil tratar con gente educada y razonable. Para todo el mundo estamos aquí para tratar un tema estrictamente comercial, entre dos empresarios que pueden tener intereses comunes, y quiero que siga siendo así. Me gusta este lugar, imagino que lo conoce, la primera vez que vine me impactó el espacio, la historia que parece tener, es una mezcla antigua y elegante, y sobre todo me quedé enmarado de los cuadros, de ese que tiene usted a su izquierda, sobre todo.

 

La cara de un toro bravo en primer plano. ¿Le gustan los toros? A mí me apasionan, no del modo purista, yo soy más de la fiesta, por eso esta ciudad y su feria es de mis preferidas, por supuesto que voy al templo Madrileño o a Sevilla, Valencia y sobre todo Pamplona. La gente dice que se parecen mucho a las de aquí, pero yo no estoy de acuerdo. Allí está todo más politizado, aquí es mucho más social y divertido. La gente le presta atención a la merienda y al vecino, a la par que al toro, y si hay que dejar de merendar por aplaudir pues no hay problema y vuelta al plato. Es una plaza hospitalaria, como la ciudad. En las fiestas todo el mundo cabe, todo el mundo participa y en la plaza por descontado, la merienda es de todos.

La autora de estos cuadros capta otra forma de la fiesta, la del toro en el campo, y me apasiona igualmente.

 

Desde el primer día quise poseer uno de estos cuadros, concretamente ese, indicó con la cabeza el cuadro en cuestión (el de la cabeza de toro). Es complicado para mí aunque usted no lo comprenda, un hombre de mí posición no puede permitirse una negativa, y sé que el propietario no quiere venderlo, quedaría fatal para mi reputación que se supiera que hay cosas que no puedo tener o comprar.

Le digo de verdad que no es por dinero, esta autora rondará para estos encargos unas cifras que irán entre los 80 y 150 mil euros, una menudencia para cualquiera de las dos partes. Podría haber intentado, por medio de terceros, o de hacerle ceder con otros negocios de ventaja para el grupo o para la empresa, o de desventaja… pero entre empresarios todo eso queda muy mal y si al final se sabe pues todavía peor para mí y mi imagen.

 

Hay otros medios pero yo no puedo estar implicado, y allí, una vez demostrados sus intereses por una pertenencia mía, que usted ha disfrutado sin permiso… no se altere.

Usted no tenía por qué saberlo, aunque desde luego ella sí, y todo tiene su repercusión… pero también su solución, y como digo, me han hablado bien de usted y de sus habilidades. Propias de su negocio por otra parte, pero adecuadas para el nuestro si a usted le interesa subsanar el desagravio, de ella…

 

No era capaz de asimilar lo que me estaba proponiendo, entendía que era robar, pero me parecía una locura, y seguí como me había aconsejado a mí mismo, callado.

 

Me gusta la gente que sabe escuchar y que cuando habla o actúa lo hace con certeza, espero que usted sea de esos.

 

El precio de estas operaciones puede triplicar o cuadriplicar el valor de la pieza, eso está claro, y podría perfectamente compensar el intercambio de la posesión que como digo, usted ha disfrutado ya, y por ello conoce perfectamente su valor.

 

Seguía yo en silencio, y no parecía molestarle a él.

 

No necesito que me responda enseguida. Vengo una vez al mes, cada mes, siempre el primer fin de semana del mes, superviso, ordeno, controlo y hago las visitas necesarias para que el negocio funcione satisfactoriamente.

 

Así que, si le parece, el primer fin de semana de octubre, a la hora del desayuno podemos vernos, (espero que para entonces aprecie mi invitación algo más allá que un café). Y podamos llegar a un acuerdo satisfactorio, le ruego lo madure y vea todas las posibilidades, por supuesto que su negativa no tendrá efecto sobre usted, faltaría más somos caballeros e industriales. Lo cual me hace recordarle que todo se queda aquí, estamos solos tratando un tema que sólo nos interesa a nosotros, quedaría fatal y me entristecería mucho no poder cumplir lo hablado por que usted implicara a más gente que nada tiene que ver.

 

¿Era una advertencia velada? Yo me recuerdo manteniendo el silencio.

 

Por otra parte, y hasta que todo esté aclarado ella podrá llamarle, así verá que no miento al asegurarle que estamos entre gente civilizada. Piénselo por favor, es un acuerdo que puede resultar rentable a todas las partes, y sé que está capacitado para llevarlo a cabo. Un placer, ahora me esperan, y yo a mi vez le espero a usted en un mes.

 

Se levantó, me estrechó la mano y marchó como si hubiéramos estado tratando un presupuesto cualquiera.

 

Recuerdo aquellos momentos de desconcierto total, de acercarse el camarero, camarera para ser más correctos. De asentir al segundo café, invitado por supuesto… y de necesitar toda mi capacidad de análisis para saber que lo que me habían ofrecido era ni más ni menos que perpetrar un robo en toda regla.

 

Y no había sido capaz de decir que no, prácticamente no había dicho nada, y eso me enfurecía de una manera que no recuerdo haber estado

nunca, o casi nunca…

 

Me levante ofuscado, con la idea de hacerme valer, de buscar a mi interlocutor como fuera para decirle que estaba loco y que llamaría a la policía si seguía proponiendo semejante locura, pero nada más poner un pie fuera del hotel, ya en la calle sonó el teléfono, era ella…

 

Recuerdo que estaba inquieta, nerviosa, algo desacostumbrado, ya que cómo yo era tranquila, le pregunté, me dijo que bien, y después comenzó a rogarme sin parar.

 

Por favor no hagas nada de lo que te pidan, no te mezcles con ellos, yo estoy bien, y estaré bien. Eres un recuerdo precioso que nunca me abandonará pero no lo amargues no te mezcles, por favor hazme caso, diles que no, ofréceles compensar con algún servicio de los de tú empresa, pero nada más, no pueden obligarte y no lo harán. Por favor déjame recordarte como yo quiero hacerlo, si accedes a lo que te propongan ya no podrás salirte, recuerda lo nuestro como voy a hacer yo y sigue adelante, pero no se te ocurra intentar nada, no son de fiar en los negocios, sus códigos son muy complejos y nunca pierden, prométemelo.

 

Se lo prometí, hablamos un rato, me aseguró que estaba bien que no le habían hecho daño, insistió en que lo dejara, que tenía permiso para seguir llamándome, y que siguiera con mi vida, sin olvidarla pero renunciando a ella…

 

Naturalmente que no pensaba dejarlo.

 

Era responsable de la situación y si algo había aprendido era a ser consecuente con mis actos. Robar no entraba en mi idea de responsabilidad, pero tenía que hacer algo. Había más rabia que sentido común, y una negación total a sentirme vencido.

 

Había superado otras dificultades y estaba dispuesto a pelear, aunque todavía no sabía cómo.

 

Fue casi como un juego.

 

En principio averigüe quien era la autora, era de mi comunidad, no excesivamente conocida, pero sí valorada. Con pasión por los toros y con muchas obras relacionadas, aunque últimamente estaba explorando otras ideas, otros proyectos, no hacía nada había estado exponiendo. No entiendo mucho de pintura ahora y en aquel momento mucho menos.

 

Cada día yo le daba una o dos vueltas a la idea de qué podía hacerse.

 

Jugando a hacerlo sin querer hacerlo.

 

Ella llamaba dos o tres veces por semana, siempre con el mismo ruego, que lo dejara correr, que estaba bien, que la trataban bien y que quería seguir recordándome como hasta ahora.

 

Y yo seguía viviendo la ilusión del poder hacerlo, de “comprar” su libertad, de compensar nuestra aventura y su desventura. No era amor, estaba claro que no. Había un punto de orgullo, de no querer aceptar las imposiciones del resto, algo de héroe también, rebeldía por una situación que se me antojaba injusta, nadie debe ser dueño de nadie y, ¿por qué no? Aventura. Esa acción que parecía que nunca llegaba a mi vida. Ahora que podía tenerla, no pensaba negarla, aunque solo fuera de forma supuesta.

Empecé a leer libros de policías y ladrones, siempre me ha gustado leer, pero más novela histórica. En aquél entonces conocí a un inspector francés muy famoso, a otro italiano con unos métodos divertidos y personales, casos cotidianos, nada del estilo de las películas, ya que esos recursos son imposibles para cualquier humano corriente. Si tienes los medios de James Bond y sobre todo de sus villanos ¿para qué vas a necesitar robar? Es una pregunta que me hacía cuando veía las películas, las de Bond o parecidas, pero en el cine quedan bien, es fantasía pura, es cine, y sin embargo sería el cine el que me daría la solución, o la pista definitiva.

 

Camerón Díaz y Colin Andrew Firth en una película a medias comedia romántica a medias de ladrones… iluminaron mi mente.

 

La idea era parecida, “cambiar” un cuadro cuyo autor despertaba mucho interés a un excéntrico millonario y venderle una buena copia, estábamos hablando de un Monet, nada parecido, pero la base de la idea era buena. En realidad ellos crean un cuadro que no existe, lo refutan por bueno, un experto lo pinta con la técnica de Monet y se lo venden como un descubrimiento único. Eso me dio una idea de lo que podría funcionar…

 

Tenía una forma, un plan, ahora había que desarrollarlo, repito que en un principio era un juego, una forma de entretener mi tiempo y mi cabeza.

 

No conozco falsificadores ni el mundo de la pintura. Durante un tiempo pensé en la idea de visitar a la pintora y rogarla que volviera pintar el cuadro, pero eso no conformaría a mi cliente (ya empezaba llamarle así) él quería “ese”, el del hotel, por capricho o por sentirse superior, o porque en algún momento habría dicho que lo quería y ahora pretendía demostrar que podía tener todo lo que quisiera, yo que sé.

Pero estaba claro que hablar con la autora y crear dos cuadros no le satisfaría, y además añadía otra persona al negocio y no parecía buena idea, sobre todo porque seguramente me hubiera tomado por loco, y denunciado acto seguido.

 

Lo ideal era que me apañara yo sólo, no sabía cómo en aquel momento pero sí que pretendía un robo perfecto, algo que no se notara, que todo se quedara como si nada hubiera pasado. Me estaba planteando mi primer delito, y ya quería que fuera impecable.

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