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Cualquier parecido con la realidad podría ser perfectamente factible.

Todo tiene un inicio y un porqué, ninguna historia nace de la nada, o así lo entiendo yo al menos, y esta arrancó hace mucho tiempo, cuando un grupo de adolescentes jugaban a inventarse aventuras, algunas se realizaron, otras se quedaron en invención, en imaginación que debíamos escribir.

 

Esta hubiera sido la mía si no se hubiera cerrado el ciclo cuando entramos en el convento vacio de las monjas Capuchinas y uno de nosotros se cortó con una tinaja rota.

 

En un principio era una idea rudimentaria e incompleta que ahora con un poco de tiempo y conocimiento he adornado; completado y adornado.

 

No he puesto las ciudades, ni los nombres, toda aventura requiere algo de investigación, de implicación y creo que el lector debe de tener al menos la inquietud o el interés de buscar por sí mismo. Todo lo escrito existe, está documentado y no es difícil seguirle la pista.

 

A quién pueda llegar le deseo que lo disfrute tanto como yo lo hice en su día y como le he hecho recientemente, que cualquier tiempo pasado no tiene por qué ser mejor, si podemos recordarlo en el presente, e incluso como es el caso mejorarlo…

 

UN HOMBRE CUALQUIERA.

 

 

Nunca he sido un ladrón, aunque algunas veces haya robado, jamás fui un estafador, aunque alguna vez sí haya engañado, y ni he sido ni seré un delincuente, aunque he de reconocer que sí he delinquido…

 

Las circunstancias nos llevan a muchas situaciones, algunas son elegidas, otras no, o no del todo, sé que todo se puede evitar o decidir, pero no prever, y en ese momento de elegir, no sabes del todo a dónde te llevará el camino que tomas, y parece intrascendente, o que no tendrá tanto peso, y ese al final es el momento que puede marcar tú vida, ¿cómo saberlo? No se puede, así que, una vez empezado conviene aceptar las consecuencias de lo inesperado, y si no disfrutarlas, por lo menos participar de ello. Y aquí estoy, intentándolo.

 

Acabo de subir al AVE que me lleva de vuelta, todo ha salido bien. No he querido traerme un libro, me apetecía recordar cómo he llegado hasta aquí, y decir me apetecía no es lo correcto, creo obligatorio no olvidar mi aventura.

 

Las peripecias de un hombre cualquiera enfrentándose a los avatares de la vida, y con de momento, un final feliz.

 

¿Que dónde estoy? En una casa que no es la mía, a la que he accedido por la puerta del portal, y por la ventana de la escalera que da al patio de luces, desde allí sin demasiada dificultad a una pequeña terraza que comunica con la cocina de la vivienda, vivienda que anteriormente había confirmado que estaba vacía, (en alquiler) y que necesito como base de operaciones, para acceder al almacén de la empresa de fotocopias que está al otro lado de la calle y que comparten el patio de luces por el que he entrado.

 

Dicha “fotocopiadora” tiene una máquina de impresión a gran tamaño, “plotter”, que necesito para imprimir la imagen del cuadro que llevo en el Pendrive. Cuadros, que a final han sido dos.

 

¿Qué, cómo y por qué? Vamos a ello, que es una buena forma de pasar el rato, recordando… como si fuera a escribir un libro…

 

Nunca fui nadie demasiado especial, ni ahora mismo lo soy, lo cual hasta cierto punto es bueno, te permite pasar bastante desapercibido, sólo que eso no lo valoras hasta que no lo necesitas, el resto del tiempo piensas que eres insignificante, poca cosa, carente de valor para el resto y te frustra y  te deprime, aunque tampoco es ese mi caso. Más bien me fui adaptando a las situaciones sin darle mucha importancia, pensando que cada uno ocupa un lugar en el mundo.

 

Y a mí me tocaba uno de poca importancia o relevancia, sin más. Filosofía práctica que me permitió crecer y avanzar, no con alegría, pero tampoco me hizo una persona triste, normal, con mis momentos, como cualquiera.

 

Moreno, 178 cms de estatura, de complexión atlética, cuarenta y tres años, no he estudiado mucho, no pude ni acabar la formación profesional de mecánica o automoción, pero sí me sirvió para que me recomendaran para el trabajo que al final tendría peso en  mi vida, y eso que no es nada del otro mundo, empleado de una ferretería.

 

Pero no adelantemos, vayamos por orden.

 

Mi padre trabajó toda la vida en la Renfe, operario o peón de vía, cuando todavía los había, cuando la Renfe era la Renfe, que decía él mismo en su jubilación de la que disfrutó muy poco el pobre, dejándonos huérfanos a mi madre y a mí. Hijo único, afortunadamente con vivienda pagada, que eran ahorradores, aunque con una exigua pensión, y por ello, con apenas 18 años a trabajar, recomendado por mis profesores, que otra cosa no, pero formal y serio…

 

Por aquel entonces la automoción era muy completa, y el primer año en taller aprendimos a trabajar con el torno, la fresadora, el oxicorte, el calibre o calibrador, cartabón de corredera o pie de rey para precisar medidas, hacer roscas, ajustar piezas, lima y radial incluidas, soldaduras de arco, de hilo, corte de chapa… en fin un mundo interesante y novedoso para un crío que abría sus ojos al mundo de la metalúrgica, la automoción, el ajuste, la maquinaría y la mano de obra de precisión milimétrica.

 

Y así, recomendado, entré en una ferretería de las de antes, de las industriales con servicio completo en piezas manuales, en ajustes precisos y todo tipo de repuestos de maquinaría ligera y pesada, amén de lo convencional que yo descubriría más tarde. Era tiempo de las nuevas cosechadoras, las de automoción americanas como Jon Deer o New

Holand, las alemanas Claas, alguna española como Lasa, o aquella Iasa 440 con motor Perkins que se fabricaba en mi zona, en industrias Albajar.

 

Estas, un poco más manuales que las internacionales, necesitaban mantenimiento y repuestos que se fabricaban sobre la marcha, sobre todo en época de cosecha no se paraba de hacer argollas, bulones, enganches, pasadores, se afilaban peines, se preparaban las correderas, las ruedas, las coronas y un sinfín de pequeñas y grandes piezas que había que medir para ajustar al máximo y montarlas y limarlas en el mismo sitio con todos esperando para seguir la labor.

 

Recuerdo esos años con una sonrisa, las conversaciones de los hombres, la bota de vino, el cigarrillo… A ninguna de las dos cosas me aficioné, pero sí que disfruté mucho de todo ello, aunque en su momento no lo valoré lo suficiente, ahora, en mi memoría sí resulta agradable y sé que fue un tiempo bueno, satisfactorio e importante para mi formación como persona.

 

Me adapte bien, me gustaba, y cuando las cosechadoras y el resto de maquinaría no lo inundaban todo, había otras faenas menos intensas pero más precisas, que ocupaban mi tiempo en torno, la fresadora, roscado de tubos de hierro para conducción de agua, por ejemplo, codos, piezas de empalme y derivaciones. Años más tarde todo se pasó al cobre, e incluso al plástico, el PVC en tubería reticular y las piezas venían ya de fábrica, pero por aquél entonces la media, el cuarto y la pulgada en hierro eran habituales en taller, al igual que el giramachos, o el embocador. Todas estas herramientas y muchas otras, muchas quedaron olvidadas años más tarde, como la fragua, el yunque, el martillo pilón, la guillotina, dobladoras de chapa… todo un mundo de trabajo laborioso y manual que en breve, más rápido de lo que yo puedo recordar, pasó a ferretería y piezas, casi como el supermercado, self-service de mantenimiento, repuestos y piecería variada, al alcance de todo el mundo, no ya en ferretería especializadas, en grandes superficies incluso.

 

Pero por aquél entonces quedaba mucho para eso, tendrían que pasar muchas cosas y el tiempo traería novedades, para todo, y para todos, incluido aquel joven aprendiz callado y formal.

 

De entrada lo primero fue el carnet de conducir, obligatorio para poder seguir trabajando, me iba haciendo oficial, se me podía dejar solo, mandar solo a algunas reparaciones, y eso naturalmente requería licencia de conducir, con vehículo de empresa incluido, lo que me llenaba de orgullo, y a la vez de responsabilidad y, también, hace una idea de cómo empezaba a ser un joven serio y bien considerado.

 

De amores no hablaré, fui y sigo siendo un hombre formal y ese tipo de cosas no me parecen indicadas, y además fueron y siguen siendo escasas, aunque sí con peso en el devenir de los acontecimientos.

 

Al principio he dicho que nunca sobresalí en nada, lo cual no es cierto del todo. El fútbol sí se me dio bien desde siempre, no era el más rápido, ni tampoco el más hábil regateando, pero sabía devolverlas con las dos piernas, mantener la posición, ocupar los espacios en el centro del campo, era solidario con los compañeros, me gustaba mucho entrenar y nunca protestaba por los minutos de banquillo, además centraba los saques de esquina desde los dos lados, con muy buen pie. Acabé jugando en el pueblo de mi madre que era un equipo ascensor de preferente a tercera, lo cual no estaba nada mal. Para lo joven que llegué y a pesar de tener por delante compañeros con mucha más experiencia que yo, los entrenadores siempre me daban muchos minutos de juego, y confianza. Me gustaba mucho, disfrutaba de ese pequeño reinado que me hacía sentirme importante y bien, y claro, se fastidió.

 

Debería de tener veintidós años o así cuando mi pierna hizo un mal apoyo, no fue un dolor excesivo, pero noté enseguida el destrozo, rotura de ligamentos cruzados de la rodilla derecha… en aquel tiempo eso era un desastre mayúsculo, la operación era complicada, la recuperación lenta. Yo todavía llegue a llevar hierros en la rodilla durante un seis meses… ahora se apaña con una artroscopia más o menos sencilla, con poco bisturí y recuperaciones menos traumáticas y mucho más rápidas.

 

Dejando a un lado los progresos que no me tocaron de la medicina deportiva (traumatología) para mí, en aquellos momentos, sí fue un auténtico trauma. No podía seguir jugando y practicando un deporte que me hacía feliz, tenía que estar de baja en mi trabajo, con riesgo de perderlo, por los seis meses de reposo obligado antes de empezar la recuperación articular y la movilidad.

 

Como he dicho estaba bien considerado, el jefe me aguantó la inmovilidad y negociamos la recuperación activa. No podía trabajar en el taller, ni salir fuera, no solo era por falta de estabilidad, tampoco tenía fuerza suficiente y corría peligro de recaer por forzar con pesos o malas posturas.

 

La solución era la tienda. Mientras me adaptaba y aprendía todo lo concerniente al puesto de dependiente, (que nunca llegue a ocupar como tal), mi destino, por mis conocimientos y práctica con el torno, fresadoras, calibres y ajustes, sería la sección de llaves. Y aquí comenzaba una de las etapas más importantes de mi vida, si no la más importante.

 

Yo me encontraba muy bien en el taller, seguramente porque no conocía nada más, pero esa tranquilidad que te da saber que si trabajas bien el resultado es seguro, era para mí un tesoro. Salía, medía la pieza que había que reparar o sustituir, la fabricaba en el taller, la repasaba hasta dejarla pulida, volvía y comprobaba satisfecho como ajustaba a la perfección o con una lima terminaba de dejarla en su punto. No había más universo para mí que esa seguridad y la pasión por el futbol. Dos mundos que tenía controlados y que me hacían sentir bien, reconocido, útil y con confianza.

 

Todo eso desapareció casi a la vez, y me tocó enfrentarme a otros espacios, a otras condiciones de vida, unos retos para los que no me creía capacitado y que me costó mucho superar, adaptarme y volver a desarrollar lo que yo tenía, y sigo teniendo dentro de mí. Esa calma, esa tranquilidad, esa capacidad analítica y un ser práctico y realista, que aún no sabía que tenía pero que con el tiempo llegué a desarrollar y trabajar, se convertirían en mi mayor activo, ese saber aprovechar lo que tengo sin pararme a lamentar lo que me falta.

 

Pasados los meses de reposo, de cierre y evolución de la “raja” en la rodilla, tocaba la recuperación pasiva primero y mi vuelta al trabajo después, a mi nueva tarea, la tienda y las llaves, la copia de llaves, y a la recuperación activa, fisioterapia incluida.

 

Había tenido tiempo y estudiado bien el tema de las llaves, y de las cerraduras…

 

Parece ser que los primeros en pensar que había que guardar su casa fueron los chinos hace más de cuatro mil años, hablamos de algo básico, una madera colocada detrás de la puerta que giraba sobre un rueda dentada (corona) y que se terminaba alojando en una abertura practicada en la jamba (lateral de la abertura del hueco, al de arriba lo llamaremos dintel). Dos jambas laterales y un dintel superior.

 

Por aquél entonces no debía de haber marcos, todo se ajustaba a la pared o muro donde se hacían las abertura para la entrada (puertas).

 

Este sistema se sigue utilizando ahora, puertas montadas sobre marcos. Las cerraduras siguen siendo eso, un cilindro o corredera sobre la que giran unas palas que liberan el resbalón primero y la petaca o pasador, después.

 

Ahora todo va industrial y en metal, aunque ya vemos cerraduras electrónicas, con tarjeta, con huella dactilar e incluso ocular, conectadas a dispositivos móviles a través de bluetooh o internet que igual abren puertas de garaje, que levantan la persiana o activan la calefacción de la vivienda e incluso controlan la nevera. Pero al principio todo era básico,  en madera, fabricado por artesanos (una cada vez, y seguramente distinta y limitada al hueco que había que cerrar).

 

Poco a poco, fueron perfeccionando la técnica. Llegó la época de los metales, y también la cerradura se sumaría a la fuerza que proporcionaban. En principio, según pude leer, se enfrentaban al peso y al tamaño, por lo que lo solucionaron con un mitad y mitad, la barra que deslizaba era de metal, y el mecanismo de madera, la llave combinaba ambos materiales, pero aun así era grande y pesada, seguíamos teniendo cerraduras simples, artesanales y exclusivas.

 

Se trataba de dar seguridad, y los grandes inventores de la seguridad fueron los egipcios, el primer gran cerrojo con su llave incluida se encontró en las ruinas de Nínive en la antigua Asiría. Totalmente hecho a mano, se deducían muchas horas de trabajo artesano por lo que se imaginaba que sería caro y  para adinerados. Lo de los faraones sería otro nivel de cerraduras, aquí hablamos de obras de ingenio e ingeniería. Cuñas o piedras falsas que liberan contrapesos con ayuda de arena e incluso de agua, que canalizada o por medio de balancines movían grandes piedras para liberar la entrada de la pirámide y demás construcciones funerarias. Máximo esfuerzo para cerrar y guardar los tesoros funerarios, con trampas mortales incluidas, ahora es inimaginable, aunque sí sería divertido.

 

Al leer sobre ello me venían a la cabeza los comics de Mortadelo y Filemón. Cubos de agua encima de la puerta, resortes en las ventanas con puño, o trampillas al otro lado que te llevaban al foso de un cocodrilo… normalmente siempre acababa cayendo su propio compañero y jefe Filemón o el Superintendente Vicente. Los Mortadelos fueron lectura habitual para mí, lo siguen siendo y los sigo coleccionando. Ibáñez para mí es un grande, ha cumplido 60 años trabajando y aunque ahora no son los que eran, o igual yo he crecido demasiado y soy yo el que no es lo que era, o no veo el mundo como lo veía entonces. Las aventuras de los dos detectives me siguen divirtiendo.

 

Si en aquellos años de la antigüedad los faraones empleaban trampas, ahora se colocan alarmas, unas silenciosas, con aviso a las empresas de seguridad y otras ruidosas para espantar, artilugios al fin y al cabo con más tecnología que antaño, pero con menos inventiva. Lógicamente al mismo tiempo que la cerradura, y los medios para guardar, los ladrones han evolucionado igual e incluso mejor, y desde luego tampoco son un invento

moderno.

 

Siguiendo con la historia. Los Griegos ya documentaban cerrojos simples y portaban llaves de madera, sólo que de gran tamaño, el verdadero avance llegó con los Romanos. Ellos fueron los primeros en emplear metal exclusivamente. En estandarizar, por decirlo de alguna manera, los materiales y elementos, añadieron los pernos y el cuerpo completo de la cerradura, ellos idearon los muelles y con ellos una nueva idea, la cerradura de seguridad, la doble vuelta o vuelta de llave. Además y gracias a su conocimiento y domino de los metales, consiguieron reducir de forma increíble la parte más importante, la llave. Pero seguimos hablando de herreros, de forja, de artesanos que aunque  unificados más o menos en la idea construían de una en una, lo cual hacía la cerradura cara, pero única. La

llave Romana.

 

Básicamente un pestillo inmovilizado por el saliente o prolongación de un muelle que no se liberaba hasta que la llave lo atravesaba y al girar sobre la corona los dientes lo levantaban y se deslizaba ese pestillo o corredera y, puerta abierta. En las ruinas de Pompeya se encontraron bastantes, incluso una pequeña llave que supusieron por la forma de los dientes como llave maestra, hablamos ya de maestros cerrajeros.

 

Llegamos a la edad media, la auténtica edad del metal, por el dominio y la dependencia del mismo, no pretendo  meterme con los historiadores ni rebatir las edades del hombre (piedra, bronce y hierro) y desde luego que para lo que me ocupa, el domino del hierro y sus aplicaciones lograron su máximo exponente en la edad media.

 

Con el invento de la pólvora y las armas de fuego, las cerraduras conocidas no “cerraban” los mismos que comenzaron a desarrollar las cerraduras (los Chinos) encontraban un sistema para forzarlas, la pólvora y su aplicación en las armas de fuego. Así que los cerrajeros de la época tuvieron que aplicarse mucho para intentar fabricar la cerradura inviolable, no lo consiguieron, pero sí adelantaron en la fabricación de puertas con marcos incluidos. La madera volvía así a ser una parte importante. Sobre todo en los monasterios, es donde más se trabaja con la idea de las puertas, y desde allí se extendería rápidamente, un sistema conocido como llave guardiana simplificaba el método, para qué hacerlo complicado si lo reventaban con facilidad en esa época de tanta inseguridad y guerras. Llave que entra en la cerradura y al girar acciona coronas y correderas que liberan el pestillo y ya sobre el marco la puerta se abre. Por aquellos años se “adornaron” en iglesias y palacios con detalles exquisitos en las llaves y cerrojos, pero no tenían efecto sobre el mecanismo, eran solo señal de opulencia.

 

A partir de ese periodo de la historia la cerradura y la llave evolucionan a marchas forzadas cómo todo. En el Siglo XVIII son los ingleses los primeros en tecnificar los sistemas de seguridad en puertas y llaves. Así fueron Linus Yale y su hijo los que dan el primer paso alrededor del tambor y las cerraduras de combinación. Fundaron la famosa compañía de llaves y cerraduras Yale Lock Manufacturing Company, y a lo largo del XIX se fueron mejorando los cerrojos, pestillos, palancas, resbalones, dientes, y sobre todo las llaves, unificándose sistemas y materiales, a la vez que se le añadían a las puertas y marcos, distintas medidas de protección, chapas de metal dentro de las puertas, tiras en las jambas, varios puntos de cierre, incluso anclajes al suelo. Pero al final todo seguía la misma idea, una llave que liberaba un mecanismo y que permitía desbloquear el cierre.

 

Me he centrado en las puertas por ser lo habitual y cotidiano, pero  lógicamente las cerraduras y las llaves no se limitaron a eso, llegaron los automóviles con sus particulares llaves, y los bancos con sus cajas fuertes, y las cajas fuertes particulares, y un sinfín de llaves que forman parte de nuestro dolor de cabeza habitual. Que está muy bien poder cerrar la puerta con doble y triple vuelta, pero, a veces, las llaves se pierden, se olvidan, se quedan dentro, se rompen, o necesitamos más… 

 

Aquí entraba yo, bien informado eso sí, y como siempre ilusionado con lo que había leído, aunque al principio descubrí, que nada de nada, no había emoción en poner una llave en los rodillos y esperar a que el gemelo reprodujera los saltos de los dientes en el otro lado pero, tiempo, que las cosas evolucionarían y vendrían las emociones, más de la que hubiera querido y desde luego imaginado.

 

La otra parte, la de los amigos de lo ajeno también ha evolucionado, y salvando algunas épocas en las que ya hemos visto que eran un poco salvajes, en la realidad es que siempre quisieron pasar desapercibidos, tanto como para evitar el castigo, como en el modo de perpetrar el robo, y así poder seguir cometiéndolo con su “formula” especial. Cada colectivo desarrollaba sus propios métodos para salvaguardar y para apropiar, en todo se mejoró, y al final estar en un lado u otro no era estudiado, dependía de la vida, de la suerte, del destino, o de cómo cada uno quiera llamarlo, podías ser cerrajero e instalar una cerradura como profesional en un momento y al siguiente abrirla como profesional igualmente pero del bando contrario, y no siempre es una mala acción, aunque no lo parezca ni tenga justificación, hay males menores por bienes mayores. Parece que quiera tranquilizar conciencias, pero la realidad y el futuro vendrían a darme la razón, parcialmente, que repito que apropiarse de lo ajeno, por la razón que sea, no está bien.

 

Que no pierda el hilo. En ello estaba, en replicar llaves, copiar si ustedes quieren, jamás fotocopiar llaves, por favor, eso nunca.

 

También trabajábamos la reparación de cerraduras, algunas veces no bastaba con sacar la copia, al principio sobre todo convenía con algunos clientes, acercarse y ajustar el cerrojo y los pasadores.

 

La mayoría de las veces bastaba con engrasar o aceitar la cerradura en su conjunto, o limar las muescas de la llave para que fuera fina a la hora de meterse en la cerradura, y girar, e incluso montarla de nuevo, trabajar sobre el marco para ampliar el hueco del pasador o resbalón y los puntos de anclaje.

 

Con el tiempo volví a salir del taller, y con un cliente más motivante… entiéndaseme bien, yo estaba encantado con los agricultores y demás usuarios de las cosechadoras y máquinas agrícolas. Por aquellos años, la mujer todavía llevaba el gran peso de la casa (no me meteré en líos de quien lo lleva ahora) y eso incluía las soluciones de cerrajería, de las que yo me encargaba, eso me permitió acercarme al mundo femenino en el cual, hasta entonces (y ya había cumplido años más que suficientes) todavía, no me había involucrado mucho.

 

Nunca me hice un experto y dudo mucho que nadie lo sea. El pensamiento femenino es insondable hasta para ellas mismas, pero sí aprendí algunos trucos que compartiré en mis memorias (si las escribo algún día). Escuchar es el más importante de ellos, vale también para los hombres pero no tanto, y sobre todo y este es otro secreto, tener memoria. Si hablas con ellas y parece que las escuchas, más vale que lo hagas de verdad, porque ellas lo detectan, su memoria es prodigiosa, y la nuestra no.

 

Puede parecer una tontería, pero no lo es, una mujer valora que recuerdes lo que hablaste con ella, las fechas importantes, los actos, y sobre todo las palabras y promesas, que nosotros somos muy de dejar los hechos en el aire, pero ellas no, así que no solo las escuches, presta atención y recuerda lo hablado. Y abandono este espinoso tema, aprendí y aún aprendo, aunque jamás será suficiente.

 

Todavía renqueaba por el taller, sin haber comenzado la recuperación activa, aunque mi cabeza ya se estaba anticipando a las posibles soluciones.  Por aquel entonces ya rumiaba otra de las ideas o etapas que me conducirían por el camino de la aventura de mi vida, ya que, y esto es algo que puedo asegurar, nunca se llega por un sólo sitio, aunque quizás decir nunca sea muy pretencioso.

 

Yo no llegué por un único camino. O quizás sería más correcto decir que fueron la confluencia de muchas decisiones las que me llevaron.

 

A lo que estábamos. Rubia, resultona de talla media, muy decida siempre y algo mandona. Así la recordaba y así apareció una mañana por la ferretería.

La recordaba perfectamente del colegio, fue la primera de las mujeres en la que me fijé, podríamos decir que fue mi primer amor, o la primera que despertó sensaciones de interés y de inquietud, naturalmente jamás le dije nada, y pensaba que ni me recordaría, pero me equivoqué. La memoria de la mujeres…

 

Me recordaba perfectamente. Me saludó con alegría como si acabáramos de salir de la escuela. Por mi nombre completo, yo también recordaba el suyo, estaba en mi misma clase y pasaban lista, y yo tonto de mí, me sabía los dos que iban por delante de ella, así que tenía súper controlado el momento exacto en que la tocaba levantarse y en la primera hora de la mañana (dábamos clase con el director del colegio aquel último año y era muy estricto) se ponía de pie y decía lo de presente, y buenos días.

 

Nosotros no entramos al método mixto hasta el último ciclo, el que correspondía a sexto curso, y entonces en mi escuela había cuatro sextos, al llegar a octavo el último año se redujo a tres, y allí por apellido coincidimos en la misma clase, en el mismo tiempo de recreo, de biblioteca, de educación física, que eran los espacios donde más cerca estábamos unos de otros, donde empezamos a apreciar de verdad las diferencias físicas y mentales entre ellas y nosotros. Mesas compartidas, juegos colectivos, ejercicios físicos por parejas a sorteo… Que recuerdos…

 

Estaba preciosa, arreglada con buen gusto, media melena con rizos por los lados, bien plantada encima de unos discretos tacones, y con la seguridad abrumadora de la que se sabe centro de miradas.

 

Necesitaba hacer llaves. Pero enseguida preguntó por mí, por mí vida, las mujeres saben hacer eso a la perfección, multitareas lo llaman, fijar la atención lo llamo yo. Pero como digo, tenía un pequeño curso de escuchar y prestar atención, aunque en el de interrogatorio andaba perdido…

 

En nada se puso al día de todo lo referente a mí, cojera incluida, y pasó a describir su vida. La llave era complicada de las de hoyos y pestañas.

 

Como no me encontraba muy a gusto con el interrogatorio y mi intranquilidad era patente, le pedí que me acompañara dentro y así poder estar un poco más relajado, que las miradas de mis compañeros eran de guasa total.

 

Abogada, recién licenciada y lista para empezar a desarrollar la carrera. De momento con guardias en la defensa de oficio, pero con muchas ambiciones. Estaba montando despacho, había conseguido un buen precio en una planta de oficinas y necesitaba hacer llaves, que sólo le habían dado una. Le expliqué lo complicado de ese tipo de llave en concreto, que era mejor pedirlas a la casa, que sí resultarían más caras y tardarían algo más, pero que no habría fallo. Ya lo sabía ella (cómo no) pero le habían dicho que aquí podrían encontrar una solución económica y sobre todo rápida. Todo pasaba por ir a su despacho y comprobar in situ la puerta, el sistema, y la cerradura.

 

Podría cambiar el bombín y con ello las llaves, pero tenía que verlo, me propuso hacerlo fuera de mi horario laboral, que así le saldría más barato, que estaba empezando y de paso la ponía al día, que desde el campeonato del cole, al final del curso no me había visto. Le ganamos a los octavos, y jugaste muy bien, y eso que acabaste sangrando…

 

¡Andanda! Se acordaba de mí más de lo que pensaba. Aquella final fue épica. Yo sí la recordaba y recordaré mientras viva. En realidad no fue una final, jugábamos los tres cursos unos contra otros al de mejor resultado, pero en el último partido, el ganador sumaba para ser campeón. Nosotros estábamos en octavo B, la distribución se hacía por los apellidos, el fútbol era nuestra actividad principal y la competitividad entre las clases en el patío era tremenda. Pero hasta que no llegó el campeonato no nos dimos cuenta de la rivalidad real. Yo recuerdo poco juego y mucha agresividad. Le ganamos por la mínima al A por lo qué descansamos mientras A y C se enfrentaban, el A volvió a perder de un solo gol. Para entonces el nivel de la afición y la intensidad del patio había subido más de lo que los profesores hubieran imaginado, se habían unido el resto de cursos y clases, cada uno con sus afinidades, por hermanos, por vecinos, por amigos, a saber.

 

Pero el partido que decidía entre C y B tenía una expectación de final de Copa del Rey. Por aquel entonces lo de la liga de campeones de Europa no sonaba tanto.

 

Ganamos con un solitario gol, marcado de penalti clarísimo que me hicieron a mí, pero que no lancé yo, tenía un agujero en la rodilla importante. El patio era de cemento con piedrecitas, y la “segada” fue terrorífica, tanto como la sangre que chorreaba por mi pierna, y se acordaba… yo también. He jugado muchos partidos decisivos, de ascenso y de descenso, pero nunca recuerdo una intensidad como la de aquella mañana, nos jugábamos algo más, y durante el partido así quedó demostrado, yo tuve que abandonar faltando poco, pero abandonar, y pude ver desde el banquillo como se aplicaban todos, unos defendiendo por encima de lo deportivo y los otros intentando el empate por lo civil y lo criminal. El “arbitro” hizo lo que pudo, un chaval de prácticas, el pobre lo pasó bastante mal. Creo que aprendí a empatizar con el colegiado desde ese partido.

 

Al final, como ya he dicho, ganamos y el patio exploto en alegría, me vi envuelto en abrazos de propios y extraños, es un recuerdo grato, sobre todo porque allí en ese revoltijo de “todos y todas” abrazados y gritando creo que palpé mi primer cuerpo de mujer, mi primer pecho, o promesa de pecho.

 

Lo recuerdo todo perfectamente. Y ella al parecer también, quizás ese cuerpo que recuerdo, esa teta fuera la suya… jamás le pregunté, y me quedó la duda, y me quedará para siempre, aunque no creo que sea tan importante como para sacarla en mi memorias. Si algún día las escribo.

 

Con algo de malicia (poca, que nunca tuve mucha) alargué la reparación todo lo que pude, después de trabajar y ver la cerradura me invitó a unas cañas, y las dos veces que volví con soluciones también, en atención a mi trabajo y amabilidad, y la verdad es que costó lo suyo, un bombín nuevo, repasar el marco para que encajara el resbalón y adaptar la corredera de los tres puntos que tenía la puerta, pero quedó bien.

Le entregué cuatro llaves y le cobré el material. Quedamos a cenar, no recuerdo bien la conversación, que fue larga, pero sí me dijo que estaba muy a gusto conmigo, y que le gustaría mantener la relación si a mí no me importaba.

 

Naturalmente yo estaba encantado…

 

Aquella misma noche probamos las cerraduras (que funcionaban muy bien), probamos el sofá para las visitas (que también funcionaba muy bien) y comenzamos sin prisa y a su ritmo una relación que acabaría en boda.

 

Por descontado que me quedé con una de las copias del despacho, y con sabiduría me enseñó una caja fuerte empotrada en un armario o mueble biblioteca que se llamaban antes. Estaba con el mobiliario, pero el agente del alquiler no sabía, ni le habían dicho nada de claves, a lo mejor yo podía abrirla. Ese fue otro gran reto y como todos a los que me he enfrentado, lo acometí con ganas, con tranquilidad y con sentido práctico.

 

No voy marearme ahora con todo lo que aprendí sobre cajas fuertes, pero si refrescaré mi memoria con algunos datos que sin esforzarme recuerdo.

 

En un principio hablaremos de cofres de madera con cantos de hierro. Los cofres de tesoros de las películas de piratas serían lo más parecido. Habría que esperar hasta 1826, momento en que se comienzan a desarrollar los sistemas ignífugos (antifuegos) y fue en Nueva York, aunque la primera patente para sistema antirrobo se registraría en Inglaterra a nombre de los hermanos Chubb,  en 1878 el Alemán  Joseph o Loch aseguró haber inventado la cerradura mecánica de disco que seguimos utilizando de forma más o menos habitual.

 

Avanzamos un poco más hasta 1886, hasta Henry Brown, un afroamericano considerado el padre de las cajas de seguridad o cajas fuertes. Él creó una caja de almacenamiento de documentos y objetos de valor que patentó aunando todos los sistemas, llave y rueda mecánica. De ahí a nuestros días, el adelanto ha sido notable  al entrar la época digital, internet con aperturas a distancia, condicionada a la huella dactilar, ocular, y lo que nos queda por ver. Al igual que la parte contraria, los amigos de lo ajeno también han evolucionado al mismo ritmo.

 

La que yo tenía enfrente era una caja de fabricación nacional de 15 kg de 38x31x28.5 con cerradura combinada de llave de doble paletón y dos coronas mecánicas. Chapa de acero reforzada de 6mm con aleación de manganeso en los cierres, a eso me enfrentaba. Lo sabía tras hacer un par de llamadas a la casa, que por supuesto me ofreció sus servicios de apertura o sustitución del producto. 

 

Dos combinaciones, empotrada en armario de madera, tras puertas de madera convencional. No tenía nada, ni llave, ni información sobre la combinación numérica, sólo paciencia y tiempo.

Estaba claro que no sería capaz de abrirla al estilo película, el estetoscopio, o la cámara digital guiada mediante apertura con taladro no funcionaría conmigo, y de verdad que estuve tentado, pero era absurdo, y perforar con taladro de widia  o diamante la cerradura tampoco me parecía adecuado, ya que solucionaba un problema, la llave, pero quedaría la parte mecánica, la combinación numérica. Lo primero que hice fue desmontar los paneles de alrededor de la caja, para poder soltarla, sacarla y verla por los cuatro costados. Después la cargué en un carro de dos ruedas con solapa para poder recoger y llevar cajas de los que tenemos en el taller y allí que me la llevé. Hablé con mis jefes, les conté que era un encargo de un medio cliente y amigo, y que me dedicaría a él en horas no laborables, los compañeros se rieron y casi todos opinaron, faltaría, pero nadie le dio más importancia. El encargado/jefe me dijo que estupendo, que podríamos ofrecer un servicio más, cosa que yo puse en duda, pero bueno, es ese momento me interesaba y no dije nada.

 

No lo pensé mucho más, tenía el oxicorte (máquina de corte con fuego industrial con boquillas de precisión) le coloqué la boquilla más pequeña que teníamos, y lo programé con el mínimo de combustión. Una tira lateral por la parte de la cerradura de 110x200, ese fue el primer corte y hueco que le practiqué. Como era de esperar tenía doble capa y hubo que volver a cortar. No había nada dentro, menos mal porque lo habría quemado. Ya veía la pared de la puerta, obviamente también con doble pared, pero me interesaban las bisagras colocadas en el interior, mi idea era soltar la puerta entera para poder trabajar con ella.

 

Por medio de gatos hidráulicos y con la pared de sujeción debilitada por el corte, forcé poco a poco con la idea de soltar el perno o resbalón de la pared donde estaba practicado el hueco donde se aloja el pasador o bulón de cierre, costó mucho porque la fuerza de la chapa trabada con las bisagras es mucha, y tuve que ir con mucho cuidado de no doblar que entonces hubiera tenido que romper y volver a fabricar pasadores. Paciencia, calor y método. Abría un poco el lateral, colocaba una cuña metálica, para no perder el espacio y volvía de nuevo con los mini gatos a calentar la pared para que con el calor dilatara más fácil que en frío. Así toda una semana, y al final, el lunes a última hora se liberó, se abrió y pude levantar la puerta para poder soltarla de las bisagras, una vez que levanté los pasadores que le permiten el giro. Tenía la puerta en mis manos.

 

Corté la pared interior por todo el contorno y apareció el mecanismo de cierre al completo para mi estudio detallado. Era simple y por ello efectivo, dos coronas dentadas que giraban con la rosca exterior, el punto de parada tenía que coincidir con el diente más alto de la corona, que al pararse allí mantenía elevada una chapa o lengüeta, al ejecutar el mismo movimiento en la otra rosca y corona correspondiente, liberaba el perno, y con la cerradura giraba todo para liberar el cierre. Si alguno de los tres mecanismos no estaba alineado, no había manera de liberar la cerradura, sencillo, simple, pero como he dicho seguro y efectivo.

 

Comprobar qué número correspondía al diente elevado, fue tarea sencilla, cambiar el bombín y ajustar una cerradura nueva también; y comprobar, durante un día entero, que en manos de hasta el más torpe de mis compañeros todo funcionaba, fue hasta divertido.

 

Al final trabé una combinación que me pareció adecuada, con dos números distintos a los que había utilizado todo el día, tampoco esto era demasiado difícil, bastaba con fijar la rosca inversa hasta tenerla en el numero deseado, al volver a su rosca natural elevaba el diente allá donde el número se paraba en la señal.

 

Me fiaba de mis compañeros por supuesto, y además nunca sabrían a dónde iba la caja de seguridad, o quizás con el tiempo lo supondrían, pero era una cuestión de profesionalidad, de rigor.

 

Tocaba volver a montar todo. Primero coloqué una balda metálica en la mitad, más por darle algo de fuerza al conjunto, algo habría perdido al calentarla para abrirla cortando el lateral, pero también para tener como dos partes. Dos cortes longitudinales y allí fijé la placa, por lo que quedó empotrada y al soldarla con electrodo y arco, le dio la consistencia que buscaba. Esmerilé con piedra de amolar y pulir, hasta dejar la superficie lisa, la pintura tendría que esperar, ya que todavía quedada soldar por fuera.

No coloqué la doble pared en la puerta, ajusté más tarde una madera que pinté del mismo color, así me reservaba esa parte blanda por si algún día tenía que volver a intervenir. Por fuera ajusté la pieza, soldé, esmerilé y pulí hasta que no se notó nada al tacto, y pinté con pintura metalizada en gris toda la caja. Por dentro el mismo tipo de pintura pero en negro. Quedó estupenda.

 

La transporté de nuevo al despacho, y la monté en la estantería, por medio de angulares que había medido en el taller, cruzaban toda la caja, como lo cofres de los piratas, y se fijaban a la estructura de madera simple de la librería de modo que al abrir las puerta de la vitrina, quedaba justo en medio, estantería por arriba y por debajo el armazón que sujetaba la caja. Aún le coloqué una puerta ciega con unos imanes para mantenerla cerrada, así al abrir a recoger papeles y otros materiales, quedaba oculta al ojo de cualquier visitante. Trabajo fino, que celebramos cómo se merecía.

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