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Era un martes normal, el trabajo había funcionado espléndidamente, sin agobios, una cosa detrás de otra con ratos en la tienda, con una clientela amable, sin grandes complicaciones, el Taichí de los martes era tranquilo, poca gente y cada uno a lo suyo, no había grupos, estos se centraban más a (¿en?) los lunes, miércoles y viernes.

Todo estaba fluyendo, cooperando para tomar una decisión arriesgada desde la tranquilidad y el bienestar, desde ese momento donde todo va bien y parece que nada puede estropearlo o estropearse.

 

Me pasé por la acera contraria al hotel y estaba casi vacío a las diez y media de la noche, la copistería cerrada y el patio por el que tenía pensado y previamente supervisado entrar, de lo más tranquilo y hasta abierto, quiero decir sin la pestaña que obliga al resbalón a cerrarse, todo parecía confluir, y mi estado también. Y cuando me di cuenta, allí estaba, como he dicho, en una casa que no era la mía.

Dejé pasar un par de horas más o menos, la casa estaba tranquila, entré sin problemas por el balcón de la cocina, como muchos de alquiler (lo del alquiler lo había comprobado) estaba la persiana de la terraza bajada y la puerta corredera con una apertura de ventilación, forzar la persiana hacia arriba, correr la puerta y colarme fue sencillo, podría haber intentado abrir la puerta, tenía conocimientos y herramientas para ello, pero a esas horas hubiera llamado demasiado la atención. Al edificio entré por la puerta del patio, en el primer piso no hay vivienda. Entrar y en el descansillo pasar por la ventana del patio de luces, agárrarme a la barandilla de la terraza y estar dentro fue sencillo y relativamente poco arriesgado.

 

Desde allí, controlaba la parte trasera del hotel por la ventana del comedor y la entrada al almacén o trasero de la tienda de fotocopias, por la terraza de la cocina (por allí había entrado). Esperé vigilando y dejando pocas o ninguna huella, sobre la una todo estaba tranquilo.

 

La actividad en el hotel era nula, la tienda estaba cerrada y oscura, y el barrio en general parecía dormido.

 

A la una volví a descolgarme por la terraza, me encontraba totalmente tranquilo, lo recuerdo con toda claridad porque estaba centrado y lúcido. Salí por el portal, crucé la calle y agachándome como si llevara llave introduje la tira de plástico duro por la ranura de la puerta a la altura del pasador, cedió este y sin más, estaba dentro. Esperé unos minutos al lado de la barra que hacía de guardarropa que conocía del torneo de ajedrez, no se oía nada.

Me hubiera gustado que hubiera habido una excursión al baño o a buscar agua por parte del vigilante o recepcionista, eso significaría que no se movería en un rato, pero no ocurrió. Avancé por el pasillo en silencio, sabiendo que el ángulo de visión me protegía, giré a la altura de los baños que se comunican con las salas de comedor y con la cafetería (sirven para ambos) estaba frente a la pared del primer cuadro, el del encargo del cliente, el reloj marcaba la una y diez.

No me preocupé de nada, ya no había vuelta atrás, y era absurdo hacerlo, mi ser práctico decía que con la decisión tomada y llegado hasta allí, mejor concentrarse y olvidar que estaba perpetrando un delito. Desplegué la manta que llevaba en la mochila y la extendí en el suelo, descolgué el cuadro con mucho tacto, le di la vuelta apoyándolo en absoluto silencio en la manta de picnic, era nueva como todo lo que llevaba y además como he dicho había tenido un cuidado obsesivo con la seguridad y las huellas. No tengo ni idea si lo que sale en las películas es real pero por si acaso, todo lo que compré le pedí a la cajera que lo metiera ella misma en la bolsa. Quedaba un poco raro, pero en realidad, al ser poco, abría la bolsa sonriendo y sin más ella misma introducía todo, al no comprar las cosas en la misma tienda, pude distribuir bien y no tener que llevar muchos bultos llamando poco la atención.  Yo cogía la bolsa sin dejar ni una sola huella en las herramientas y productos hasta que me colocaba los guantes. Después tiraba la bolsa de plástico al contenedor de los plásticos, Absolutamente impoluto y nuevo todo, sudaderas, zapatillas calcetines y hasta calzoncillos… TODO.

 

Mi obsesión me llevó a no echar nada al estómago en las dos horas anteriores, ni agua, no tenía necesidad de nada, mis huellas o ADN no aparecerían por ningún sitio, o eso pensaba yo, sólo la posibilidad de ser descubierto “in fraganti” me delataría con nombres y apellidos, pero estaba dispuesto a que eso no ocurriera, un empujón y a correr… con “braga” alta en la cara, pelo teñido y lentillas a ver qué dibujo o retrato robot me delataba.

Y hablando de ser descubierto y tener que escapar, todo buen robo, toda buena planificación también debe incluir una vía o varias de escape, y naturalmente yo las había previsto y preparado. Nada más sencillo que ir pasando por las viviendas que sabía que tenían pocas o ninguna atención a las puertas de los patios para saber en cuál de ellas podía colarme en un momento y desaparecer como por arte de magia, y memorizarlas. Era un plan pobre, pero en caso de tener que huir era mejor que hacerlo a la desesperada.

 

Con el alicate de punta larga y con mucho cuidado, había traído puntas pero prefería no tener que clavar y ahorrar el ruido, fui tirando hacia arriba de ellas, no desclavándolas, y sólo de la parte alta del cuadro y hasta la mitad, no me costó demasiado. Abrí el panel que lo fijaba y le daba algo de consistencia y estiré sacando el lienzo, doblarlo, guardarlo en el portaplanos, colocar el puzle, asegurar los clavos y volver a colgarlo, no me llevó mucho tiempo ni esfuerzo.

Primera parte resulta, veinte minutos de reloj. Un par de minutos para centrarme y valorar, podría marchar en ese momento, pero la decisión estaba tomada. Venía la parte complicada y más expuesta. Me pegué a la barra, con sólo que forzara un poco la posición el recepcionista, yo quedaría a su vista, era un tramo de unos dos metros, luego quedaría de nuevo oculto, pero visible desde la calle. Los ventanales estarán a un metro sesenta más o menos, y cualquiera que pasara podría ver a un operario que parecía de mantenimiento manipulando un cuadro en la penumbra, o uno de los vecinos de enfrente de los del primer piso. Resultaría sospechoso, o a lo mejor no le darían importancia, o mejor aún no pasaría nadie y los vecinos, tan apenas dos pisos enfrente, estarían durmiendo.

Fuera lo que fuera no me preocupaba, el silencio y la exactitud eran mi prioridad. Concentrado, con una seguridad interior y del espacio que me rodeaba total, me subí a una silla, este estaba un poco más alto al estar en la zona de mesas. Lo descolgué, lo apoyé en la manta, desclavé, recogí, puse el falso, volví a colgar y me permití unos segundos para observarlo, a la penumbra daba el pego perfectamente. Una ojeada para asegurar que no me había dejado nada, que todo estaba de nuevo en su sitio, silla incluida que limpié con un trapo, y vuelta para atrás.

 

Podía haber entrado por la puerta de cocina que me ahorraba la zona expuesta de la barra, pero no la conocía, no había podido entrar previamente y no sabía lo que podía esperarme dentro.

 

Obsesionado con el control sobre todo lo que hacía, preferí asegurar, y en mi mente la guardé como posible salida rápida, en caso de que el recepcionista ocupara u obstruyera la salida de la cafetería. No fue necesario, salí como había entrado, y me dispuse a abordar mi segunda incursión delictiva en apenas tres horas, aunque seguramente podía englobarlo todo en el mismo delito. No me costó nada estar dentro del patio, había aguardado unos segundos, pero ninguna luz delataba que algún vecino de los de patio interior estuvieran despiertos, otra cosa sería que lo estuvieran con las luces pagadas, pero no había otra que arriesgarse.

 

De nuevo al ventanal que daba al patio interior o de luces. Saltar la valla metálica (esta hacía un poco de ruido) y ya estaba dentro del espacio de la copistería, una especie de almacén abierto lleno de cajas, ordenadas pero abundantes. Aquí el ventanal de aluminio no estaba abierto, pero la persiana tampoco estaba bajada, con mucho tacto deslicé la lámina de plástico para liberar el gatillo al mismo tiempo que con la mano apoyada en el cristal tiraba hacia arriba, en cuanto escuche el leve clac de pequeño mecanismo de cierre/enganche, metí el destornillador de punta plana que llevaba (nuevo también) por abajo (con mucho tacto para no dejar marcas) apretando y empujando a la vez la corredera se deslizo sin demasiado ruido.

 

Entré con mucha precaución, ya he dicho que mi observación casi me había confirmado que el sistema de vigilancia con detección de movimiento y alarma no funcionaba o nadie lo activaba pero, seguro no estaba, las cámaras no se veían, ni los sensores, nada parecía alterar el reposo del local. Me acerqué hasta el cuadro de códigos, seguí un poco el posible tubo que aloja los hilos hasta la caja donde estaban los cuadros, la pared de atrás de lo que parecía un pequeño despacho, allí estaba el cuadro principal de conmutadores y diferenciales de toda la tienda, y el que estaba encima de la pegatina que ponía “seguridad” estaba bajado. Todo correcto, la noche iba sobre ruedas.

 

El plóter desde luego que daría luz y resplandor y yo había previsto una inventillo para que al menos fuera lo mínimo.

 

Estaba en la parte de atrás del edificio, pero si alguien necesitaba ir al baño (casi todos daban al patio interior) podría alertarse al ver una luz anormal a horas nada comunes (¿normales?).

Con una silla y el tubo de contener los lienzos a modo de espiga o viga soporte, o como mástil de vela, y la bendita manta de picnic, hice una especie de tienda de campaña en cero coma, la luz directa quedaba amortiguada y el resplandor casi invisible, no se podía pedir mucho más, o yo no era capaz de inventar algo que fuera tan eficaz, discreto y rápido de montar y desmontar.

 

Esta era la parte peor, no por arriesgada, por inactiva.

 

Una vez colocado en el marco superior el cuadro elegido a la máxima resolución y dado aceptar, me quedaban unos cuarenta minutos con el más grande y otra media hora con el más pequeño, una hora y cuarto más o menos de no hacer nada. Y no quería emplear todo ese tiempo en darle vueltas a la cabeza sobre lo que estaba haciendo, y tampoco debía curiosear o moverme demasiado, la ausencia de huellas era lo más importante.

 

El ploter no se apaga, eso no lo había podido comprobar pero lo ponía en los manuales, mejor que esté “caliente” todo facilidades, afortunadamente, que yo no era un experto informático. El espacio era suficiente como para improvisar una pequeña tabla de meditación, y por extraño que pueda parecer es lo que hice. Acomodar mi mente al lugar, intentar a la vez estar pendiente de los ruidos exteriores e intentar aislar mi cabeza de todo lo que no fueran músculos, tendones, articulaciones, posturas y posiciones de pies y manos. Sólo con un apoyo o dos, sin tener que moverme, prácticamente estático, movimientos suaves y lentos, pensados para la concentración muscular y mental.

 

Pensándolo ahora en frío hubiera resultado cómico de haber sido pillado, “un loco se cuela para estirar al ritmo de la máquinas de fotocopiar” un titular que hubiera atraído la atención para poder desglosar después la lectura de los acontecimientos, un intento de falsificar cuadros robados con estilo peculiar.

 

Pero no quería y no debía pensar, sólo dejar pasar el tiempo, estar atento a cualquier movimiento del exterior para poder salir pitando con todas las cosas o sin ellas que por algo había tomado precauciones con las huellas, hasta donde yo sabía, al menos. También me servía para estar caliente, activo y en caso de salir por patas, como vulgarmente se dice, no arrancaría en frío. Lo tenía todo meditado, ni relojes, ni móvil, ni nada personal o identificable, si me descubrían y lograba escapar, nada me vincularía al suceso.

El primer cuadro terminó y lo dejé secándose, tal y como recomendaba el tutorial de YouTube consultado, coloqué el segundo, y seguí con mi meditación y concentración, sacando de mi mente cualquier pensamiento negativo, y centrándome en la nobleza de la causa. Terminó el segundo y pasó a secarse, y yo a intentar conseguir eliminar los datos del registro del ordenador del plóter, no sólo desplazar el archivo a la basura, también eliminarlos de la lista de tareas, de la de trabajos realizados, de las de últimos encargos… de todo lo que yo había aprendido en el tutorial, pero no era lo mismo, la maquina sí parecía el mismo modelo pero el ordenador seguía rutas distintas. Al final tuve que ir a archivos y borrarlo todo. Esperando que no le supusiera un gran prejuicio a los trabajadores por la mañana, en mi intento de borrar todo, hasta reinicié el sistema, allí se complicó un poco más, había actualizaciones pendientes (cómo no) pero no hay mal que por bien no venga, con eso quedaba todo borrado.

Aunque también desconfigurado de tal modo de los trabajadores tendrían que volver a configurarlo, (yo ante la duda había elegido volver a una fecha posterior para el arranque del sistema) pero entendía que parecería algo de la propia red, es lo que tiene estar siempre conectado, y el ordenador estaba en internet y afortunadamente sin clave de entrada, repito, relajamos mucho los protocolos de seguridad por confianza o apatía, a mí me estaba viniendo bien, pero es una temeridad.

Enrollé las pinturas ya secas, salí al patio, intentando dejar todo como lo encontré, era relativamente sencillo, no había tocado o movido prácticamente nada. Subí a mí ya conocida ventana, salí por mi habitual portal, doble la esquina, crucé la calle, me agaché delante de la puerta, introduje mi llave/tira de plástico y otra vez estaba en mí hotel… Avancé hasta el baño de nuevo y me paré en la pared que separaba la cafetería de la recepción a escuchar. La respiración, regular y algo sonora me indicaba que al otro lado alguien dormía profundamente o descabezaba un sueño.

 

El reloj marcaba las cuatro menos cuarto de la madrugada, parecía que todo seguía de cara para mí.

 

Respiré. Me dije que estaba muy cerca, así que era momento de no fiarse de nada y estar muy atento y centrado, más que nunca, ya que ahora tan cerca del final podía relajarme en exceso y fastidiarlo todo.

Hice unas cuantas respiraciones para vaciar aire y malos augurios, visualicé todo mi alrededor para tenerlo controlado, y me dispuse a terminar la faena. Todo fue rápido, sin dudas, limpio, silencioso y tranquilo. Las puntas que sujetaban el cartón por detrás me hubiera gustado clavarlas, pero el posible ruido me disuadió y con los alicates las introduje a fuerza y las doblé todo lo que pude para fijarlas bien, como había tenido la previsión de solo desclavar la mitad superior y deslizar el lienzo, la verdad es que volvió a quedar bastante bien sujeto, y al mirarlo otra vez colocado, sería por los tres cambios que llevaba efectuados, pero mi vista ya no distinguía originales de fotocopias, para mí el efecto era esplendido.

 

Recogí en silencio, volví a recordarme ser muy cuidadoso estaba, ahora sí, en el último momento de una noche movida, y cometer un error hubiera sido una lástima. Me esforcé en concentrarme, en repasar todo y cerciorarme de que no quedaba nada fuera de sitio, o esparcido en un descuido. La mochila a la espalda, el portafolios en bandolera, la braga alta, el reloj de la cafetería que marcaba las cuatro y veinte de la madrugada, y la respiración que seguía sonando rítmica y con fuerza.

 

Ya fuera no me permití ni una mirada alta para ver si había ojos indiscretos, recuerdo esos metros, ese paseo con más inquietud que el resto de la noche, de ser detenido en ese momento no habría escapatoria, llevaba el cuerpo o cuerpos del delito conmigo. No me decidí por el parque a pesar de que lo tenía en mi ruta de prevista, pero estaba oscuro y en silencio, en ese momento me parecía más amenazante que protector. Decidí seguir por las calles colindantes, un poco más largo el recorrido, pero más tranquilizador o al menos en ese momento me lo parecía.

 

Llegué a la puerta del garaje del edificio del taller, entré con la llave de acceso peatonal (en las horas previas la había dejado oculta en el ventanal del taller, no quería que nada me vinculara) desde allí al patio y a la puerta lateral que daba acceso al taller o trastienda (la llave también estaba oculta en una ranura de los buzones). Estaba en casa, pero no me permití parar, había que aprovechar la energía de la euforia por el éxito, y eso también lo había previsto, lo había previsto todo, si algo puede salir mal saldrá peor si no has tenido la precaución de preverlo.

 

Yo había repasado todo hasta la obsesión. Un juego en un principio que se había convertido en una realidad. No sabía que pasaría después, pero sí sabía lo que tocaba ahora.

 

Me desvestí con los guantes, toda la ropa a una bolsa de basura, los guantes fueron a una pequeña estufa que tenía para calentar el taller, del tipo salamandra, de esas que un poco de leña consiguen calentar una habitación mediana. Estaba acostumbrada a ellas en la ferretería. Era un calor que me gustaba y la había colocado y ajustado a la salida de humos del local, podía calentar el bocadillo, el café y con la sartén adecuada hasta cocinar algún plato sencillo, tipo huevos fritos con lo que fuera, o pan tostado, o alguna lata de comida precocinada. Allí fue a parar la braga de la cara, los calzoncillos y los calcetines, lo más personal que intuía yo que podía ser también lo más incriminatorio. Con unos papeles de periódico, y unas tablas le prendí fuego, lo alimente con unos tacos de palet y un material preparado y adecuado para ello, del tipo “pelet” pero de otra marca también biocombustible. La mochila también a la bolsa de basura, y la manta de picnic, y las zapatillas, a la sudadera le quité las pegatinas, que con tan pocas horas no dejaron mucho rastro sobre la tela, las pegatinas las eché al fuego que ya ardía con ganas, añadí también la lámina de plástico que había empleado para abrir puertas. Cerré la bolsa de basura cuyo destino era un contenedor de ropa de Cáritas cercano. Los alicates fueron a parar a la caja, estaban nuevos y no habían tocado mis manos, aun así los limpie con alcohol, al igual que el destornillador.

Abrí el portafolios, saqué mis puzles, ni contemplé los cuadros, pero si me aseguré bien no fuera a ser que al final la liara confundiendo los originales con las burdas fotocopias y ardiera lo que no debía arder. Una vez conforme, cerré y sellé con silicona los tubos portafolios con los originales y los deposité en la parte de atrás de la furgoneta junto con el resto de zarrios que allí llevaba, cajas de llaves, gatos para forzar, paquetes de bombines de encargo, caja de herramientas variadas, chubasquero, paraguas y hasta una caja registradora, que ahora no caigo para qué o para quién, pero que sería de algún cliente que habría roto la combinación de apertura o el retardo anti robo.

Me senté frente a la salamandra que ya tenía bastante temperatura, el fuego aunque sea dentro de una estufa, siempre te invita a la meditación. En mis manos los dos cuadro-puzles que yo había fabricado para dar el primer “pego”, mi mente estaba empezando a desconectar, mi cuerpo pedía descanso, pero necesitaba ordenar, recolocar todo en su sitio fijar ese momento tan importante de mi vida. Quizás mañana todo sería descubierto y una investigación exhaustiva llegaría hasta mí, que a fin de cuentas no era más que un aficionado, un insensato que se creía listo, pero en ese momento, estaba seguro, a salvo. Quería recordar, guardar en mi mente esa sensación de haber planeado, tomado la decisión, atrevido y salido airoso, y quemar mis creaciones era la liturgia perfecta para todo eso.

Allí ardieron, y allí descansó todo mi otro yo, no mucho, ni bastante, llegarían otros días, pero por aquella noche había más que suficiente.

 

Recuerdo también esa mañana, la madrugada más bien, la radio primero, la prensa después mientras desayunaba (almuerzo lo llamábamos entonces) nada de nada, ni una sola referencia a mí “aventura” en el hotel o la copistería. Recuerdo que pasé por la puerta o puertas, entrar a la cafetería me parecía una temeridad, todo estaba tranquilo.

Una vez resuelto todo el tema de las posibles pistas o pruebas incriminatorias, me quedaba guardar, esconder la más importante. En uno de los portales que había revisado y preparado como posible ruta de escape, había trabajado yo no hace mucho, la puerta de arriba la que da al cuarto del ascensor tenía la cerradura averiada, y me habían llamado para repararla (esa comunidad estaba entre mis clientes) tenía un cuarto de ascensores arriba del todo, que a su vez comunicaba con el tejado.

 

Una cubierta de esas antiguas construidas con tabiques “conejeros” una construcción a base de colocar un ladrillo sí y otro no, que sirve para aligerar de peso la cubierta, y que le da aspecto de reja o celosía, aparte de servir para poder entrar dentro del doble espacio que se forma. Solían dejar unas puertas, que denominaban chinos y que sobre todo se utilizaban para colocar los tubos de las antenas de TV colectivas, los pararrayos, y últimamente también internet y las antenas digitales. En el tercer pasillo a la izquierda. Se habían dejado unos pocos escombros, y allí debajo de ellos, sellado con silicona y envuelto en plástico fuerte tipo lona guardé mi tesoro. Incluso barrí un poco la zona para borrar todo tipo de huella, y al salir “clavé” la cerradura para que nadie pudiera acceder, en caso de avería o de reparación de gotera, de antenas o cualquier otra circunstancia la comunidad me llamaría y yo podía controlarlo sin problemas.

 

Estaba todo finiquitado, y por extraño que parezca, continué mi vida normal, avisos, entrenamientos… Pendiente de las noticias y cada día más tranquilo ya que nada salía ni se escuchaba nada por ningún sitio.

 

Llegó el primer fin de semana de octubre y no sabía muy bien cómo encararía el tema, pero al menos sabía que iba a la cita con un triunfo en mi mano.

 

Cómo y cuándo usarlo era lo que tenía que resolver.

 

Llegué puntual, él ya estaba desayunando. La verdad es que recuerdo esos primeros momentos con muchos más nervios que cuando entré a “faenar” tan apenas hacía cuatro noches, me había preparado mentalmente, para estar tranquilo, para no mirar los cuadros, pero me temblaba todo, y me costó mucho mantener el control. Afortunadamente, seguramente sin quererlo, él ayudó.

 

Me ofreció asiento, tras saludarme levantado. Me invitó al desayuno, llamó al camarero, acepté un cortado como la otra vez y comenzó charlando de banalidades. Haciendo una exposición del porqué la economía asiática se había asentado tan bien en mi país. Recuerdo que me habló de la crisis, de la necesidad de los españoles de dinero tanto en banco como en casa, de los agobios de los industriales y autónomos que habían apostado mucho, demasiado por sus negocios, de las necesidades de vender para poder desahogarse con los bancos, y las facilidades de las empresas y particulares chinos para aliviar esas necesidades. Tenemos dinero, de los dos, del de banco y del de caja, y nuestro secreto es sencillo, mano de obra propia y barata. Como usted bien sabe, dan muchas horas de trabajo y un gobierno que nos libera a las empresas de impuestos y aranceles, me refiero al nuestro. Al gobierno Español le pagamos como cualquiera, y estamos al día, hay ovejas negras pero no es bueno para nuestra imagen comercial y las condenamos y las perseguimos por nuestro propio interés.

Siempre hemos sido comerciales, desde antes de los tiempo de Marco Polo… lo que me lleva a nuestro asunto.

 

Con su “monologo” yo fui ganando aplomo, esperaba la pregunta, y todo estaba normal, nadie había reparado en nosotros, más de la normal curiosidad insana de mí pueblo, él tampoco le había prestado atención a los cuadros, parecía que estábamos jugando a un juego en el que nada tenía importancia hasta que tuviera que tenerla, yo en ese campo podía mostrarme tan firme como cualquiera.

 

Creo que puedo satisfacer su demanda, le dije como si fuera una transacción cualquiera.

 

Se mantenía callado, me tocaba hablar a mí, pero yo no quería, el silencio me hacía fuerte, o así lo entendía yo… recuerdo ese silencio de jugadores de póker… gané.

 

Él rompió primero…

 

Naturalmente no me interesa nada que no sea el producto final, nada del proceso…

 

Naturalmente, respondí. Pero a mí, sí me interesa el resultado…

 

Lo entiendo, será sencillo, obtendrá (ella) un documento que reconocerá el cumplimiento de su deuda, nada más que la suya, ninguna otra obligación contraída con su familia ni a posteriori entrará en el acuerdo, únicamente para ella, y sin ninguna vinculación ni obligación para con usted.

 

Lo dijo con frialdad, y con la misma le respondí.

Lo daba por hecho, no comercio con “ese” producto… lo que haga ella después será decisión suya…

 

Estamos de acuerdo entonces, a partir de ahora usted y yo no volveremos hablar, le llegará el teléfono de contacto de mi representante y con él se arreglará usted…

 

De esa forma él recuperaba el control y colocaba a cada uno en su sitio… nunca he tenido manías, pero en aquel momento ese hombre me producía una sensación nada agradable.

 

Me levanté antes que él, no le di la mano, no le deseé suerte, ni encantado de conocerle, me salió de dentro, un…

 

Así se hará…

 

Y marché con paso firme, altanero y sin haber probado, ésta vez, el cortado.

 

Cinco minutos más tarde sonó el móvil, fue rápido y sencillo (yo no colaboré tampoco).

 

Grabe éste número y contacte cuándo esté el material.

 

Un poco más tarde llamó ella. Entonces me pareció cuando menos curioso. La verdad es que estaba poco menos que paranoico con la seguridad. Luego se demostró que ella no tenía nada que ver, pero en aquél momento todo me parecía sospechoso, y que ella llamara en el momento de terminar la “entrevista” me parecía de todo menos casual. Otra conversación corta, aquel encuentro tan prepotente me había puesto de un humor agrio, y la verdad es que fue lo mismo que otras veces, salvo mis monosílabos… ¿Qué tal estás? ¿Cómo va el trabajo? ¿Visitas el bar? ¿Cómo están todos por allí? Debió notar mi desapego pero no dijo nada, una vez más me recordó que estaba bien que lo nuestro era especial que no tenía que sentirme en deuda con ella y entendería que continuara con mi vida, que por favor me permitiera llamarla de vez en cuando y poco más.

 

Dejé pasar un par de días, intenté no pensar, en tener algo de control sobre mí y sobre mis “clientes”, me propuse esa disciplina de paciencia y de no llamar, al pasar los dos días aún, me propuse otros dos. Visto ahora es una estupidez, pero entonces me aportaba confianza, seguridad, fuerza. Al terminar ese otro tiempo, aún me di todo el fin de semana, para el lunes decidiría, era un tontería, lo sé, quizás una venganza, no lo tengo muy claro, pero así fue.

 

El lunes subí al cuarto de ascensores, desclavé la cerradura, comprobé el cartucho de los cuadros que estaba tal cual lo dejé, me acerqué al bar del hotel, me di una vuelta por la copistería, comprobé que todo estaba bien o que al menos desde fuera se veía bien. Entré a pasear al parque y desde allí hice la llamada “tengo el material encargado” me pidió el correo electrónico, se lo di y colgó. Inmediatamente me llegó al móvil (lo tenía enlazado). En su taller, jueves, nueve de la noche…

 

No me gustaba la tienda, me comprometía demasiado, y estaba por no dar concesiones, sentado en un banco respondí que en la tienda no.

 

Su respuesta no tardó, proponían el gimnasio de taichí. Accedí, tendría que ser por la mañana, siete y media del próximo jueves… Confirmé.

 

Necesitaba un seguro, en principio estaba tratando con mafiosos, aunque fueran de guante blanco  pero delincuentes al fin y al cabo, yo también, pero no habitual y aunque el Taichí me diera algo de seguridad en la defensa personal, nada podría hacer contra armas de fuego, sería improbable que se liaran a tiros en un establecimiento propio, pero podrían tener silenciadores, sacarme de allí y tirarme o quemarme en cualquier sitio, profesionales contra aficionado y ni eso, afortunado inconsciente. Le di muchas vueltas y al final me escribí una carta a mí mismo contando mi aventura y el porqué de ella, me llegaría a mi dirección el mismo día del encuentro por la mañana, si todo andaba bien, la recogería y la destruiría, caso contrario, la policía judicial tendría mi declaración esperando en mi buzón de correos, al menos se sabría el motivo y los culpables de mi desgracia.

 

Esos fueron los días que más lamenté el haberme
metido en semejante aventura. No tenía ninguna necesidad, esa gilipollez de hacer algo que mereciera la pena en mi vida me parecía en ese momento ridícula. Recuerdo reprocharme incluso otras cosas en una espiral idiota, en un sinsentido cobarde y temeroso. Podría por ejemplo haber peleado más por mi matrimonio, no haber sido tan acomodado, haber intentado volver a jugar (otros lo habían hecho) o haber intentado una ampliación de la empresa (eso aún estaba a tiempo). Todo se me volvían ahora soluciones que antes no quería, pero ya estaba hecho y tenía que enfrentarme al que yo pensaba que era el último acto de mi aventura, que equivocado estaba.

 

Puntualidad como siempre y como siempre ellos, ya estaban allí, no recuerdo haberles ganado nunca una cita. Tres personas, dos jóvenes informales y un señor de más edad que me sonaba vagamente, quizás del hotel. Me saludaron y me acompañaron a la sala de despacho y reuniones del gimnasio. Entró el adulto solo conmigo, dejar a los demás fuera era una señal de garantía para mí y lo agradecí. Había una gran mesa, se quedó de pie al lado invitándome a desplegar allí el “material” que yo había ido a buscar la tarde anterior.

 

Se sorprendió cuándo desplegué dos cuadros, le dije que ya que estaba allí había decidido aprovechar el viaje… no dijo mucho, yo tampoco expliqué… los colocó encima de la mesa y aunque yo habría esperado un experto, no llegó nadie más. Con un luz neutra y una lupa gigante el hombre se tomó su tiempo, no sé qué comprobaba pero lo hizo a conciencia, yo esperé sentado, con inquietud pero más o menos tranquilo.

 

No me interesa saber cómo lo ha hecho, pero parece que está todo bien y que usted ha cumplido su parte del trato.

 

A partir de allí las cosas se complicaron. En principio el segundo cuadro no entraba en el trato, ya veríamos cómo lo solucionábamos, le interesaba sí, pero el acuerdo había cambiado, y ellos también modificaban parte del mismo. Ella dejaba de entrar en la operación, ante mi cara extrañada explicó que una tercera parte muy interesada en el trabajo y el saber de ella había hecho un oferta razonable, que además venía avalada por un compromiso familiar y una afinidad anterior que no se podía rechazar. En definitiva me informó que había sido “cedida” a otra familia y estaba fuera de  nuestras posibilidades…

 

La operación la hemos encargado, usted ha corrido un riesgo, ha cumplido y nosotros haremos lo mismo, acordaremos un precio por los dos cuadros y se le pagará.

 

Aquellos momentos los recuerdo muy intensos, me estaban tomando el pelo desde el principio, estaba seguro de ello, pero ya estaba allí, el encargo estaba hecho, tenía que saber salir de esa situación, necesitaba respirar, pensar, necesitaba tiempo. Recuerdo pasearme por la habitación unos minutos ladeando la cabeza ante la tranquilidad del señor (no recuerdo ni su nombre, ni si me lo dijo).

 

Necesito tiempo para digerir esto, para pensar que hacer, no estoy acostumbrado a tratar este tipo de cosas, no soy un profesional ni tengo contactos para solucionar lo del dinero, no contaba con ello, mi interés era otro, no lo hubiera hecho por dinero, seguramente no, me siento engañado y ese sentimiento no me gusta.  Lo dije con tranquilidad sin elevar la voz pero con firmeza.

 

No se extrañó, lo entendía perfectamente, pero las cosas habían sucedido así, su intención no era engañarme ni aprovecharse, las cosas habían sucedido así, repetía, y ahora lo mejor era encontrar una solución provechosa para todas las partes. Ellos podían ayudarme con el dinero, podían colocarlo y darme algo de rentabilidad, o incluso blanquearlo bastante legalmente. Pero deberíamos acordar un precio antes…

 

Recordaba la conversación mantenida con su jefe (triplicar o cuadruplicar su valor) pero ¿cuál sería su valor real?

Necesitaba tiempo, pero mi acompañante quería salir de allí con un precio… sobre un papel escribió una cifra que me pasó…

 

400.000 por los dos escribió…

 

Mi cabeza iba a mil, pero mi boca estaba cerrada, había que concentrarse. El precio real andaba entre los 80.000 y 120.00 euros mediar a 100.000 y multiplicar por tres 300.000 cada uno, pero si sabía negociar. Todo esto lo pensaba sobre la marcha… le devolví el papel sin tocarlo…

 

Cada uno le dije mirándole a la cara…

 

Como yo mantuvo silencio un rato, si estaba sorprendido no lo manifestó, al cabo de un rato escribió debajo y me paso el papel.

 

Ponía 600.000…

 

Por los dos, dijo devolviéndome la mirada con una expresión seria…

 

Yo no estaba dispuesto a tragar tan rápido, era mi momento, debía aprovecharlo, o al menos intentarlo…

 

Escribí 700.000 y le devolví el papel…

 

De nuevo nuestros ojos se encontraron, pero estoy casi seguro que en los suyos había ya una chispa de admiración, una media sonrisa en su boca, sin llegar ni a media, pero que ya no era la seriedad de antes…

 

De acuerdo, me dijo, está usted en su derecho, ha cumplido como los buenos y ha encajado el cambio del acuerdo como un caballero, le cedemos este triunfo creo que se lo ha ganado…

 

Se levantó y me tendió la mano…

 

Derecho, caballeros y ceder en su boca sonaban fatal, pero no era el momento de reprochárselo, entre otras cosas porque yo tampoco estaba en condiciones de hacerlo, estaba negociando con él así que no andaría yo muy lejos… me levanté a mi vez y acepté su mano.

 

Mañana mismo podemos presentarle dos, tres planes para su dinero.

 

No, eso no era lo que yo quería… necesitaba dos o tres días para ver si yo podía por mi cuenta solucionarlo.

 

Aquí su sonrisa desapareció.

 

Comprenderá que con el acuerdo cerrado lo normal es que todo llegue a su fin, no me parece bien demorarlo, si quiere el dinero mañana lo tendrá y asunto cerrado, mi jefe es puntilloso pero cumplidor y quiere que cumplan con él…

 

Su jefe se había pasado todos los acuerdos por el arco de triunfo, pensé, aunque no lo dije.

 

Hasta el lunes, sólo es el fin de semana, el lunes a primera hora estaré aquí y antes le habré contactado con mi decisión, es lo menos que merezco…

 

Asintió.

 

Recogí y salí sin tener ni idea de qué o cómo lo iba hacer. Y en cuanto a ella…

La verdad en frío, ahora y ya entonces pensé que era lo mejor, el segundo cuadro me lo había llevado para negociar un precio, unos 50.000 o 60.000 euros más para empezar de cero con ella… o sin ella. Aun no teniendo claro mis sentimientos reales para con ella, me sentía obligado, y podría haber servido para quitarme la culpa y de paso cambiarlo todo, lo suyo y lo mío. Al no estar ella, se complicaba pero al mismo tiempo todo podía ser más fácil, sonará egoísta y raro, pero no era del todo culpable, y en esos momentos me daba cuenta de ello, no me había aprovechado, la había tratado con respeto, incluso puede que estuviera algo encariñado, pero amor amor… en fin, que tenía otras cosas a las que darle la vuelta, y lo agradecía.

 

Ella no volvió a llamar, aún ahora me pregunto si no sería todo un montaje, ella un gacho, yo un pez que no mordió del todo el anzuelo, si no habrá otros que sí lo habrán hecho, y no miento si cada vez que veo una asiática (todas se parecen) de espaldas contengo la respiración… pero no he vuelto a verla y creo que no volveré a hacerlo. Estoy convencido de que las cosas, en realidad, ocurrieron sin que nadie las previera, con sentimientos verdaderos entre dos personas que no midieron los problemas que podían causar y se dejaron llevar, ese recuerdo entonces sí me hace sonreír y me resulta agradable. La verdad nunca la supe, no hasta ahora, y creo ya no la sabré jamás, aunque nunca y jamás dejaron hace tiempo de tener significado para mí.

 

Tenía un problema, limpiar 700.000 euros… recuerdo todo el fin de semana dando vueltas a la cabeza, llegó incluso a dolerme, y no es broma. El domingo por la tarde no tenía nada claro, ni cuento las locuras, y tonterías que se me habían ocurrido. Desde falsificar pequeñas facturas a comprar vehículos para venderlos después a menos precio… nada tenía sentido práctico y además era delito, uno más, que de poder ser, que era absurdo.

¿Cuántas facturas de menos de mil euros habría que hacer?  ¿Cuántos y a que nombre compraba los vehículos? ¿A quién se los vendía?

 

En fin que estaba a punto de claudicar y de aceptar la intervención de los asiáticos para limpiar parte del dinero cuando por la tele apareció la solución, sí, sí, por la televisión… La lotería.

 

La lotería. Quizás fuera el primer anuncio de la temporada, por aquél entonces todavía lo protagonizaba el señor alto y calvo, y en cuánto lo vi se me encendió la luz.

 

Hace algunos años en la asociación de costura a la que pertenecía mi madre. Ella siempre cosió a máquina, era su forma de ayudar en casa, lo hacía a través de una asociación de máquinas de coser Singer. Todavía guardo esa mesa, mejor dicho la empleo, la mesa, el apoyo de pedal (cómo decoración) el resto lo cedí en su día a la asociación que ahora ya prácticamente no funcionaba. Compraban un número de lotería, el mismo todos los años creo, y cayó una pedrea, 5.000 euros al número, y compraban bastantes, a mi madre 10.000 euros que estaba muy bien, para tu boda, me dijo en aquél momento. El caso es que alrededor de la asociación el mismo día del sorteo se presentaron unos “comerciales” con la idea de comprar los décimos premiados al precio de 5.500 euros el billete en un principio y algunos sacaron más, según contaban. Para poder negociar dinero B que por aquel entonces a principios de la entrada del euro había mucho decían (ahora también).

 

Ni mi madre ni yo quisimos negocios turbios en aquél momento.

 

Pero ahora, esa era una posibilidad, comprar con dinero contante algunos billetes de un segundo premio por ejemplo y acto seguido depositarlos en el banco, mi dinero estaría así en curso legal, pagaría el porcentaje que corresponde ahora a hacienda, entonces aquel impuesto no existía como ahora. Me parecía una idea sensacional. Y como no tenía prisa, hasta podía esperar al año siguiente y limpiar otro porcentaje, un hombre afortunado, dos veces le toca la lotería, no sería la primera vez, y también podía esperar dos o tres años.

Soy reflexivo, pero por la falta de tiempo esto no lo pensé mucho (tenía los cuadros en mi poder, no había querido devolverlos al cuarto del ascensor) mandé mensaje afirmativo al acuerdo económico para el lunes por la mañana, recibí respuesta y me mente febril se puso a diseñar un doble plan.

Primero, necesitaba un día más para gestionar el dinero efectivo, me había precipitado, mandé mensaje para comunicar martes, no utilice ni formas de cortesía ni disculpas ni nada “martes mejor, misma hora gracias”

 

Tardaron un poco pero aceptaron.

A primera hora del lunes me presenté en mi banco, necesitaba una caja de seguridad, no di demasiadas explicaciones, era un amigo del cole y nos conocíamos de toda la vida. En su día abrí cuenta en el banco por él, en este caso le dije que tenía dinero de algunos clientes que me pagaban en contante y que no quería tenerlo en casa. Hablamos de otras cosas como tantas veces, y una vez hechos los papeles me acompañó hasta el depósito de las cajas de seguridad. Una llave el cliente, otra el bancario, el horario y poco más…

 

Al volver a casa allí estaba mi carta de confesión, que grande es Correos pensé, y recordé que también existían los apartados de correos, que también eran cajas y que podía emplearlos perfectamente para mí plan. Abrí una cuenta de correos en la oficina sin demasiados problemas, firma, precio, llave y horario… el resto de la tarde la pasé empapándome de tutoriales acerca de cómo detectar los billetes falsos.

 

Aprendí que estaban hechos de fibra de algodón por lo que su tacto es firme pero áspero, no blando. Después está el contraluz que ofrece muchos indicios sobre en la banda paletada,  sobre todo si es de veinte euros que por lo que se ve son los más falsificados, debe de verse el retrato de una mujer y al colocarlos en zona oscura las zonas claras se ensombrecen dando lugar a una marca de agua. También está el hilo de seguridad, que es una banda oscura en la que deben de figurar los símbolos del euro y el valor del billete.

Para los de 50€, un relieve en las letras y en las cifra del valor del billete, más todo lo anterior.

 

Los de 100€, sobre todo al ir girándolo va cambiando de color la cifra del valor, es decir, el número 100 que puede ir de morado verde marrón, más todo lo anterior.

 

Los de 500€, este es el de más alta denominación y también el que tiene más medidas de seguridad, para empezar son más grandes que el resto, el color purpura en todas sus gamas es el dominante y vale todo lo anterior para detectarlos pero sobre todo en el mapa de Europa se incluyen Chipre y Malta.

 

No era un experto pero tenía los conceptos claros y al igual que ellos, entré en una imprenta y me compré una lupa de tamaño mediano. Al día siguiente por la mañana allí estábamos de nuevo, esta vez había un hombre de más, un señor con una cartera de piel en la mano, no me lo presentaron y yo no le tendí la mano.

Sobre la mesa volví a desplegar los cuadros, y el hombre abrió la cartera, con siete sobres con 200 billetes de 500€ cada uno, jolín, que poco abultaban. Fue cómico, o casi, ambas partes sacamos nuestras lupas (igual el señor sí era experto) y en silencio y sin que nadie se extrañara por el comportamiento del otro, estuvimos enfrascados en la comprobación del gato por liebre. Prometo que los revisé todos, al igual que ellos comprobaron cada centímetro… un par de horas más tarde todos estábamos satisfechos. Me preguntó si estaba seguro de poder darle salida por mí cuenta a todo el capital, y que en caso de problemas no podría contar con ellos.

Que aquí, al cruzar la puerta terminaría nuestra relación comercial.

 

Que por supuesto, el gimnasio estaba a mi disposición como siempre, ya que había quedado al margen.

 

Que había sido un placer tratar conmigo, y tras no recibir propuesta nos estrechamos las manos y me acompañaron hasta la puerta.

 

De allí andando a mi banco, decidí a última hora no coger el coche, me parecía más seguro moverme a pie.

En mi mente las películas y sus influencias, con las imágenes de la gente obligada a punta de pistola a meterse en maletero, y adiós a mi aventura. Andando por el medio de la ciudad me parecía más complicado cualquier asalto. Además en coche puede venir un accidente, un control rutinario, a saber. Andando con normalidad y con una bolsa me convencí de que era la mejor idea. Llegué sin problemas a Correos, en el centro de la ciudad, centro centro. Pasé el detector de metales y deposité en la caja del código postal asignado tres sobres (doscientos mil euros). Salida rápida y dirección al banco, menos céntrico pero igualmente bien situado, saludé, pedí la caja de seguridad, me acompañaron, abrí con el empleado en la puerta de la antesala, introduje los sobres restantes (quinientos mil euros de ala) y la llave del código postal, me despedí con la mano de mi amigo que estaba con una visita y en el primer bar me entré a por un café y un bollo. Menos de una hora y todo a recaudo.

Quedaban muchos días para el sorteo de navidad y para depurar mi plan y sus alternativas, me puse a ello sin prisa, con calma y con la conciencia tranquila, quizás demasiado.

 

Al par de días o tres no recuerdo llegó un mensaje a mi móvil, no WhatsApp, SMS, mensaje de texto de toda la vida, era ella, se despedía de mí, informándome que estaba bien, que había cambiado de ciudad y de empresa, que la trataban bien, que prefería no tener más contacto conmigo, que siempre viviría en su recuerdo y que por favor me cuidara mucho, también pedía que no contestara ese número, que no le pertenecía.

 

Así acabó, nunca me quedó claro si había sido todo un montaje, ella no volvió a comunicarse, yo tampoco lo intenté, la comunidad asiática me ignoró totalmente, dejé de ir al gimnasio, no me apunté a otro, practiqué yo solo, mis “clientes” jamás volvieron a aparecer en mi vida, no volví a entrar al hotel, y en unas cuantas semanas, todo se había borrado, era un sueño del que quedaba rematar la parte final y los 700.000 euros, que no eran una pesadilla precisamente. Mi recuerdo de ella sigue limpio, y como he dicho, aún me fijó en las asiáticas por si la vida nos da la oportunidad de reencontrarnos y por poder saber de su vida.

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