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El cuadro en si (y que me perdone la autora) no era gran cosa. La cabeza de un toro estaba en primer plano, como una fotografía de su cara, cercana y llena de vida eso sí, realista.

Un toro bravo que te miraba desde cualquier sitio. Como los posters del Che Guevara, que te siguen con la mirada, o esa impresión dan.

En frente, al otro lado de la sala, había otro cuadro de tamaño más pequeño con los animales pastando o paseando por el campo, los dos de la misma pintora. Me costó mucho encontrarlos por internet, pero mucho mucho, al final lo logré, tenía ante mí los dos cuadros, como he dicho el formato y el estilo eran sencillos. Quizás hasta podría hacer una fotocopia, y esa idea que parecía una locura no lo fue tanto.

Naturalmente que necesitaba una máquina de gran formato y mucha definición, pero podía hacerse, yo sabía dónde había una, y además estaba a una sola calle del hotel, a media calle en realidad por la puerta de atrás.

El juego comenzaba a volverse real, factible.

Me las apañé, gracias a los antiguos compañeros de la ferretería, para saber el sistema de seguridad del hotel (ninguno) y cómo estaban sujetados los cuadros Fácil, quedamos para comer un domingo en el restaurante (era habitual entre nosotros hacerlo, y mejor a comer que a cenar) después del menú pasamos a la cafetería para las copas, me fui desplazando hasta la pared del cuadro en cuestión, empujé medio en broma a mi compañero que movió el cuadro… nada de nada… le hicimos bromas a la camarera. Que te rompemos el garito, tranquila que somos ferreteros y te lo arreglamos, el cuadro y lo que haga falta (la verdad es que era una castaña muy hermosa) lo movimos para ver si estaba dañado.

Sirga fina anclada sobre grapas al cuadro y con hembrillas cerradas a la pared, tres soportes en pared y dos en  la madera, cartón duro con puntas del número tres dobladas para sujetarlo al cristal, simple pero efectivo. Nada de alarmas ni medidas de seguridad, nosotros lo recolocamos y comprobamos que estuviera bien sujeto sin que nada ni nadie más allá de los clientes del hotel y la camarera se percatara de nada. El hotel tenía servicio 24 horas de recepción, y la cafetería, y el restaurante junto con la cocina cerraban sobre las doce de la noche, ese aspecto parecía sencillo, y yo ni había tocado el cuadro, para que nadie me asociara en nada (lamenté involucrar a mis ex compañeros) y a partir de ese momento me volví un loco de la seguridad y el anonimato.

 

Me busqué un locutorio para poder hacer las búsquedas internautas que necesitaba, mejor dicho me busqué unos cuantos, ninguno chino, casi todos africanos, necesitaba cambiar de etnias, y la verdad, son muy agradables y simpáticos, no preguntan y están siempre disponibles. Tenía dos problemas básicamente, bueno tenía muchos si quería perpetrar un robo, pero repito en esta primera fase, estaba jugando, creando una ilusión, no había intención seria.

Uno entrar, que parecía no demasiado complicado, había un solo “guardia” que en realidad era el recepcionista de noche, la seguridad no era muy allá. Las puertas tampoco eran gran cosa, y no parecía que nadie se molestara en cerrarlas con doble vuelta, siempre se ha dicho, casa con dos puertas, difícil de guardar, y aquí había cinco. Por delante dos entradas, hotel y cafetería, distintas y separadas, aunque luego en el hall se podía salir por una o por otra. En la parte de atrás, la calle de atrás, había ni más ni menos que tres, una de cocina, otra de servicio y una tercera que daba directamente a los salones, ninguna con sistemas de seguridad excesivos, e incluso diría que ninguna seguridad. Cerradura normal de llave simple, barra de empujar y deslizar el resbalón para los que pudieran ir cargados con carritos, bolsas o cualquier otro material de cocina (esta ignífuga) y la tercera, en medio de ambas, una salida de incendios o similar.

Se celebraba un torneo de ajedrez en los salones del hotel, concretamente en el que está abajo en el sótano, eso me dio una oportunidad (como visitante curioso supuestamente interesado) de repasar bien todo, entradas, cerraduras, personal, posibles cámaras, ubicación del comedor, de los salones, de los baños, los pasillos, ángulos de visión del turno de noche, horarios de cocina, camareros, no porqué tuviera que preguntar mucho, lo ponía en la información adicional para participantes que se quedaban a dormir, o que quieran comer o cenar, tan solo preguntar si este era el horario habitual o era extraordinario por el torneo. Sencillo y poco comprometido. La entrada y la salida parecían fáciles para alguien como yo habituado a “forzar” puertas por trabajo, controlé algunas noches, sobre la una y sobre las seis de la mañana como si trabajara y pasara por allí por casualidad, tampoco era tan descabellado, el taller estaba al otro lado del gran parque, en otra salida (el hotel estaba frente a una salida o entrada al parque) justo al lado contrario.

 

El recepcionista no se movía en exceso, en ese momento del año, otoño, sin empezar la temporada de nieve, la verdad es que tampoco había mucho movimiento nocturno, algo más los fines de semana, pero entre semana poco, y no sólo en el hotel, en la ciudad en general.

 

El segundo problema era como “falsificar” las pinturas, porque en mi cabeza estaba claro que una vez allí debía llevarme las dos. Una ofrecía menos problemas que la otra, la preferida de mi cliente se encontraba totalmente oculta a la entrada y al recepcionista. Este tenía que moverse queriendo para poder verla, ni para ir al baño, por ejemplo, quedaba dentro de su campo de visión, no ocurría lo mismo con la otra que sí estaba en una pared que a poco que saliera de su mesa la vería sin problemas, si se fijaba, claro. La ventaja es que al estar en la cafetería la situaba a unos 70 metros, más o menos (los medí a pasos) y como se apagaban las luces quedaba en penumbra, y complicaba el detalle, pero claro si no había nadie cualquier ruido o presencia sí resaltaría y podría dar la voz de alarma.

Otro peligro estaba en los vecinos, cualquiera que se asomara, sobre todo en los pisos bajos de enfrente, podrían ver a alguien manipulando en unas horas en las que no debería de haber nadie. Pero claro, sin riesgo no hay recompensa, quien quiera peces…

 

El plan estaba más o menos trazado y la verdad no lo veía imposible, más bien al contrario.

 

Comencé a percatarme de pequeños detalles cotidianos que me animaban, lo descuidados que somos en las ciudades pequeñas, donde la confianza nos hace ser imprudentes (aquí nunca pasa nada) más pendientes del resto que de nosotros mismos y nuestras pertenencias. Una puerta de entrada de edificio al que hay que subir algún mueble, o abrir para pasar la cesta de la compra de forma amplia, o una silla para inválidos, se levanta la pestaña de abrir sin llave del portal y nadie se preocupa de volver a bajarla, los operarios de cualquier taller, tienda o local salen a fumar a la parte de atrás, y la puerta se queda sin echar la llave, nadie comprueba esas cosas. Ventilamos en nuestro trabajo porque la calefacción está muy alta, o porque alguien se ha pasado con la colonia y esa persiana se queda arriba, desconéctamos la alarma para echar el café y nadie vuelve a conectarla, o el turno de tarde no la enciende, o evitamos la posible molestia que supone que salte a mitad de la noche por cualquier tontería ya que no está ajustada para detectar solo movimientos mayores, las llaves en cualquier sitio. Ni las puertas de nuestra casa cerramos con doble vuelta, se guardan en el bolso o bolsillo para no olvidarlas, y portazo, y así un sinfín de detalles habituales  que nos hacen presa fácil de los amigos de lo ajeno.

 

¿Quién se iba a fijar en unas pinturas que están en una cafetería? Y sobre todo ¿quién entendería lo suficiente como para distinguirlas de una falsificación/fotocopia? Viendo el nivel de seguridad de mí entorno, estaba convencido de que podría hacerlo sin ningún problema. Pero ¿y si me descubrían? yo no era ningún especialista, vamos, en asuntos de robar, no era nada.

 

Me puse a averiguar que decía el código penal para este tipo de casos.

No era cosa de consultar con mi ex mujer, ni con nadie cercano, ni tan siquiera lejano. Mis amigos los africanos y sus locutorios con acceso a internet eran lo más discreto que tenía, y aunque en la red el código penal y sus distintas posibles aplicaciones o sentencias es verdaderamente farragoso, y es normal, depende de la apreciación de un juez, de la forma y tiempo de presentar la denuncia, del abogado en su defensa… En fin un auténtico lío para algo que debería estar muy bien tipificado, pero que por unos días o un simple defecto de redacción puede librar o condenar, y no poco. En general y sin ser un experto, saqué la siguiente conclusión.

Distinguir entre delito de robo y delito de hurto.

Robo, básicamente con fuerza y violencia, depende de lo robado y del daño, sobre todo a personas.

 

Hurto, sin las otras dos anteriores, se produce la sustracción sin más, multa y de 6 a 18 meses.

 

Hurto, en grado de tentativa, si te pillan con las manos en la masa, se denomina “in fraganti”, multa y de 6 a 18 meses.

 

Por supuesto es lo general y simplificado, cada delito tiene su propio proceso y su propia sentencia, dependiendo del delito.

 

¿Qué ocurre con los delincuentes que roban por primera vez sin antecedentes, sin daños a la propiedad y sin daños a la persona o personas?. Si se dan estos casos, y el juez te condena a menos de dos años no entrarías en la cárcel, según reza el código penal, siempre y cuando se recupere lo robado sin daños, y previa imposición de una multa, que no sólo es económica, también  existe la sanción administrativa. Perder la facultad de ejercer la profesión, órdenes de alejamiento, no poder ejercer cargos públicos… pero lo que me preocupaba y mucho, la privación de libertad.

 

En un juicio normal, con hechos probados de ausencia de daños de cualquier tipo, justificación de enajenación mental transitoria por enamoramiento, o pasión incontrolable, manipulación probada del juicio para discernir los actos propios, chantaje emocional con terceros, e incluso buena causa o causa de buena voluntad y cualquier otra definición y salida que se le pudiera ocurrir al abogado de turno. La verdad es que podría salir más o menos bien parado, sin privación de libertad.

Yo no iba a hacerle daño a nadie, eso lo tenía claro, pretendía la perfección, casi nada, a la primera y ya de nota. Lo que significaba que nadie tenía porque saber que los cuadros no eran los originales, no habría denuncia, no habría delito y no habría juicio.

 

Ya solo quedaba controlar a la perfección el plóter de gran formato capaz de reproducir hasta doce colores con una posibilidad de ancho de 91 y de largo 121 cms y que como he dicho, en la calle de atrás del hotel había una copistería que tenía uno, averiguar la marca y el modelo fue sencillo encontrarlo en internet con la guía de utilización del fabricante también. Hasta aquí el juego seguía siendo eso, un juego, ¿cómo robar dos cuadros sin ser detectado? Nuevo juego de rol, o de mesa.

 

Pero faltaban detalles, pequeños detalles para que el supuesto juego pudiera triunfar, ya pocos. Y también empezaba a escasear el tiempo, había pasado todo septiembre y quedaba tan apenas una semana y media para el primer fin de semana de octubre.

No podía ser yo el que ¿entrara?, quiero decir así como soy, de haber cámaras de vigilancia (en el hotel sabía que no) pero podrían estar en los establecimientos cercanos, en los escaparates, tenía que pasar por algunos, y no era buena idea caminar por el centro de la calle en la madrugada, y además si algo tengo claro es que siempre hay quién esté despierto y mire a la calle, comportamientos extraños pueden hacer que se llame a la policía y no me interesaba.

Empecé un curso acelerado de maquillaje y tinte de pelo.

 

También traté de averiguar si la copistería tenía cámaras o/y  sistemas de seguridad y si los enchufaban regularmente, y si tenía otra posibilidad de entrada, ya que la principal sí que tenía una reja de hierro, y aunque daba a una calle estrecha y poco transitada,  forzarla no era fácil ni sería discreto. Todo fue mucho más sencillo que el maquillaje y sobre todo que el tinte, y eso que en todos pone de uso fácil… la copistería tenía una entrada trasera en un patio de luces con un gran ventanal y una puerta de aluminio sin demasiada dificultad, y aunque tenía alarma con detector de movimiento en la puerta, yo estaba casi convencido de que no la tenían contratada, y nunca en los ratos que yo coincidí con la apertura sobre todo, ya que para cerrar no tenían hora fija, jamás les vi manipular el cuadro de códigos.

Sin darme cuenta estaba al final, tontamente había comprado base de maquillaje, tinte claro para el pelo, zapatillas nuevas, cómodas y de suela plana, guantes de látex negros, un chándal gris de correr lo más normal del mundo, con un inscripción que me había hecho yo mismo tela/papel adhesivo que ponía mantenimiento en la espalda en blanco, unos alicates nuevos de punta estrecha, una manta tipo picnic, una bolsa bandolera con capacidad para todo ello, unos tubos de plástico duro para guardar rollos, una braga de cuello oscura, un lámina de plástico duro que recorté para introducirla y deslizar en los resbalones y pasadores (es un medio simple, pero eficaz ante puertas sin llave), y una navaja suiza completa.

 

Y sin darme cuenta me vi planeando el día, la hora y el momento más adecuado. Lo imaginé a la perfección, calibrando absolutamente todas las posibilidades, todos los detalles, casi no había otra cosa en mi cabeza.

 

Se convirtió más que en un sueño o en un pasatiempo en una obsesión, en un reto absurdo, en una especie de compensación por el daño que pudiera haber causado, y todo lo hice solo.

Ella seguía llamando, yo ya ni hablaba de sus “amos” y ella de vez en cuando sí me recordaba que no hiciera tonterías, pero era de pasada, yo actuaba solo y en silencio y si ella adivinaba algo o participaba lo disimulaba muy bien, lo recuerdo ahora como una partida de póker, disimulando ante todo el mundo antes de lanzar la apuesta definitiva. Las conversaciones de aquella época se centraban en recordar lo vivido, los espacios y rincones que frecuentábamos, en preguntarme por su gente, por el bar, los clientes y conocidos comunes. Hablaba poco de su realidad, de su trabajo, así que yo entendía que no debía ser muy bueno y que no se encontraba a gusto. Eso me entristecía y me dotaba a la vez de determinación para ayudarla y para seguir adelante, aunque no le decía nada a ella, lo guardaba para mí.

Un último detalle ocupó mi tiempo. Los dos cuadros estarían un tiempo expuestos, quiero decir la pared vacía, y yo necesitaba disimularlo lo más posible, que me diera tiempo a sustituirlos como deseaba, y no encontraba la forma de hacerlo, tenía que pensar, y lo hice. Tras darle muchas vueltas opté por descargarlos en un Pendrive y con mi impresora y con la mejor resolución que tenía, los fui fotocopiando por partes, folio a folio y uniéndolos por detrás a un cartón de la medida de los cuadros. Así, pieza a pieza, compuse un puzle que rellené con los colores de cada parte para dejar un cuadro bastante disimulado para un vistazo de pasada en cualquier ronda o viaje a por agua o al baño, que pudiera hacer el encargado de la recepción casi a oscuras.

Calculaba que necesitaría dos horas (supuestamente) para fotocopiar convenientemente con el plotter las dos obras y volver a colocarlas en su sitio, mis fotocopias caseras podrían perfectamente cubrir ese tiempo y una inspección de pasada. Que ese era el plan, entrar, descolgar, sustituir, entrar en la fotocopiadora, copiar y volver a sustituir por una fotocopia, ya de gran calidad, que como he dicho la pintura para ese tipo de cuadros había sido muy sencilla o natural con los colores. La autora había plasmado los cuadros con colores sencillos, básicos y no demasiado coloreados. Lo que les daba a su vez ese aire de naturalidad, de frescura y realismo que los hacía buenos. Y eso facilitaría el cambiazo, y dificultaría el descubrimiento del fraude.

Ya no había nada que pensar, recuerdo esa intranquilidad, ese “run run” de saber si me atrevería o todo quedaría en una fantasía valiente, en un pudo ser pero pudo más la responsabilidad que la ilusión, e incluso que las ganas. Yo no era un ladrón, ni un estafador, ni un delincuente y no lo soy ahora tampoco, aunque una vez sí robé, estafé y por supuesto delinquí.

 

Después de tenerlo todo súper meditado la decisión final fue del todo aleatoria, no intervino nadie, solo yo. Una tarde sencillamente decidí, hoy es el día, hoy estoy preparado, hoy puedo hacerlo, y lo hice.

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